- «Siempre me enamoraba locamente»
- En el Bachillerato, el Ararteko se 'colgó' de un compañero de clase llamado Aitor y hasta los 20 años sólo tuvo ojos para él
- El Correo, 2007-08-25 # Luisa Idoate
Se llamaba Alejandro. Lo conoció en verano. Íñigo Lamarca veraneaba en las Ventas de Muguiro, en Navarra. «Era de mi edad. Tenía mucha presencia. Era algo más alto que yo, particularmente guapo y de voz grave. Parecía más hombrecito que los demás». No sabía cómo se llamaba aquel sentimiento. «No lo racionalicé. Ni le puse nombre ni le di importancia. Deseaba ir a la zona de los columpios para estar con él. Sentía un hormigueo muy placentero. El corazón me daba un salto». No lo volvió a ver. «Tampoco lo busqué. Si urgo en mi memoria, esa fue la primera pulsión amorosa de mi vida». No pasó nada. No se lo contó a nadie. «Tampoco sentí el síndrome del diferente o del marciano, como yo le llamo. Lo sentí más tarde, cuando fui consciente de que esos sentimientos eran rechazados».
Su primer gran amor fue un compañero de clase. «Se llamaba Aitor». El chispazo surgió cuando estaba en quinto de Bachillerato. «Hasta los 20 años sólo tuve ojos para él». Físicamente puede que le atrajeran otros. «Pero, en mi corazón, no tenía a nadie más que a Aitor». Fue un amor platónico «de libro». Esta vez tampoco se lo dijo a nadie. «En el amor he sido una persona muy fiel y persistente. Siempre que me he enamorado, lo he hecho locamente. Me dicen que soy como el cangrejo: antes pierdo la pinza que la presa».
Aitor se casó y tuvo hijos. «Era hetero. Un día, con ventitantos años se lo conté todo». Siempre supo que era un amor imposible. «Eso me producía frustración. Soy romántico, aunque con el tiempo eso se está debilitando». Sentía «desesperanza y desazón» hacia la sociedad que rechazaba su enamoramiento. «Hasta en los cuentos, el único amor posible es entre el príncipe y la princesa». Entre bromas y veras, los amigos de la cuadrilla le adjudicaban novias. «Sara era uno de los objetos de deseo de la clase. Estaba mucho con ella y pensaban que teníamos algo». Él ni negaba ni asentía. Y dejaba que el rumor creciera.
Tímido
Alberto apareció en verano. «Me gustó. Se quedó a dormir en mi casa y pasó lo que tenía que pasar, aunque no lo hice con esa intención». Aquello no cuajó. «Me colgué de él, que no estaba por la labor. Rara vez surge el amor de tu vida a la primera». Luego llegaron Pablo, Eduardo y Josetxu. «Eran relaciones breves en las que me enganchaba porque soy muy enamoradizo y pongo toda la carne en el asador». En los discobares ligaba. «Pero tenías que saber moverte. Si estabas quieto, salvo que fueras como Alain Delon, nadie se te acercaba. Los tímidos, y yo lo era, teníamos una gran desventaja».
Se enamoró de Alexander por correo. «Le conocí en una sección de contactos. Abría sus cartas con ansiedad. ¿Qué caligrafía! ¿ Y qué guapo!'. Me hice unas fotos de estudio para deslumbrarle». Lo consiguió. «Me propuso que me fuera con él a Ginebra. Me entró un vértigo tremendo». Se espaciaron las cartas. «Al final dejamos de escribirnos». Lamarca conoció a su marido, Sergio, en La Rioja. «Fue en Soto de Cameros. Hicimos una fiesta de rol. Él era el pinchadiscos. Yo era 'Mortadelo' y bailaba con 'Filemón', que era muy guapo». El flechazo fue mutuo. «Terminó la fiesta. Para entonces ya nos habíamos hecho ojitos. Un par de copas me ayudaron a sacarle a bailar. Puso un disco. Fue muy romántico. Y continúa».
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