- Medio centenar de presos vascos continúa en la cárcel a pesar de su dolencia terminal
- En Gipuzkoa no hay plazas para atender a los reclusos seropositivos deteriorados
- Agrupaciones sociales solicitan la creación de un centro especial para dar respuesta a las demandas de este colectivo
- Noticias de Gipuzkoa, 2007-06-23 # Jorge Napal · Donostia
Con la ley en la mano, más de 50 presos encarcelados en las prisiones vascas deberían abandonar hoy mismo su reclusión debido al avanzado deterioro provocado por la enfermedad terminal que padecen.
Este alarmante retrato, trazado desde
Al menos está persuadido de ello un número creciente de colectivos, que no ceja en su empeño por reivindicar la habilitación de un centro especializado para tutelar este tipo de perfiles personales complejos . El beneficio de una excarcelación humanitaria, tal y como dictamina la legislación vigente, se convierte para estas personas en una eterna promesa incumplida mientras continúan encerrados en alguno de los tres penales -Martutene, Nanclares y Basauri- ubicados en
La postura sobre la necesidad de un nuevo centro que acoja a este colectivo, integrado por reclusos seropositivos pero también por aquellos que padecen dolencias crónicas y acentuadas, como puede ser un cáncer avanzado o patología mental, parece de sobra justificada.
"Los propios responsables de Instituciones Penitenciarias están quemados por este asunto porque la cárcel no es lugar para todas estas personas", describe crítico José Mari Larrañaga, voluntario y uno de los portavoces de la asociación guipuzcoana de ayuda a presos, Arrats.
Hay referentes bien cercanos de que las cosas no funcionan como debieran y, lo que es peor, del fatal resultado que ello puede reportar. El pasado 18 de mayo un vecino de Trintxerpe fallecía en Pasaia tras una reyerta en plena calle. El agresor, de algo más de 40 años, que le asestó varias puñaladas junto a un parque de la calle Rentería, es un hombre que había salido de la cárcel de Martutene pocos meses antes. Tras lo sucedido ha vuelto a entrar y ahora está pendiente de juicio por estos mismos hechos.
Larrañaga le conoce, él mismo le ha atendido en diferentes ocasiones y sabe que "es un hombre con problemas de salud mental, que estaba acudiendo a un centro de día", pero no contaba con ningún apoyo para hacer el seguimiento sanitario pertinente, y ha acabado de nuevo con sus huesos en prisión. "Al principio le acompañábamos nosotros, pero es imposible hacerlo durante 24 horas", lamenta Larrañaga, que no hace más que poner sobre la mesa este elocuente episodio para comprobar la inexistente infraestructura "tanto dentro como fuera de la cárcel" para este tipo de perfiles.
Otro tanto ocurre con los presos seropositivos, el 20% de los 300 reclusos de la cárcel de Martutene. La incidencia del virus entre rejas ya no guarda hoy relación alguna con el alarmante porcentaje de presos -70%- que llegó a ocupar las celdas del presidio donostiarra en la década de los 90. Pero el problema sigue siendo el mismo: "no hay plazas para atender a los terminales".
Los dos recursos existentes en Gipuzkoa, el que ofrece el Comité Antisida y Villa Betania, el primer centro que se abrió en el territorio para afectados por el VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana) sin hogar, cuentan con una larga lista de espera.
Por no hablar de la salud mental de todos ellos, que convierte la cárcel en el lugar menos apropiado para su reinserción. "Contamos con el psiquiátrico de Mondragón y el de Usurbil, pero es muy difícil reorientarles por orden judicial ya que estos recintos no reconocen muchas de las patologías que presentan", explica Larrañaga. "Luego salen a la calle, nadie les atiende, y tarde o temprano vuelven a la cárcel porque no encuentran recurso alguno", agrega con cierta frustración.
Otro tanto ocurre en el penal de Nanclares de Oca, que cuenta con una población de alrededor de 600 presos, de los cuales se estima que un 17% está infectado de VIH. La mitad de ellos podría padecer el sida en un estadio muy avanzado, un colectivo al que hay que sumar aquellos presos con problemas de salud mortales que deberían implicar la excarcelación inmediata del paciente.
A pesar de este lacerante panorama, hasta la fecha, en Euskadi se puede contar con los dedos de una mano las plazas asistenciales en las que tratar a estas personas que aglutinan esta suma de complejas patologías. Para dar respuesta a los presos de Nanclares está Besarkada Etxea, un servicio residencial dirigido a personas infectadas por VIH en un estado avanzado y que carecen de cobertura económica y socio-familiar suficiente para desarrollar su vida de forma independiente.
El presidente de
- El cruel desamparo de Santi
- Santiago Etxarte sentado en su silla de ruedas en Donostia.
Dicen quienes le conocen que la muerte le ronda y que nadie está haciendo nada por evitar el fatal desenlace. Hay quienes temen el perverso paralelismo que comienza a trazarse entre él y Francisco Barrena, el indigente de 39 años que murió de frío el pasado 15 de diciembre en la capital guipuzcoana sin ser atendido por los servicios de emergencia.
Santiago Etxarte Martín tiene 34 años, aunque su cuerpo, cada día más enjuto y deteriorado, le coloca en la cuarentena sin demasiado esfuerzo de imaginación. Iñaki, su hermano gemelo, murió en la cárcel de Martutene el 16 de marzo de 1996 debido a una sobredosis de metadona. Un segundo hermano, Patxi, tras 18 años de prisión, lleva algo más de un lustro tratando de olvidar su turbio pasado.
La familia Etxarte ha sido tan conocida en Errenteria como conflictiva. Santiago se ha pasado media vida entre rejas por distintos atracos y robos con intimidación en tiendas de la comarca. Pero cumplió con la ley y las cuentas quedaron saldadas, aunque la ausencia de recursos para atenderle quedó patente tanto antes como después de recobrar su libertad.
Salió de Martutene el 5 de diciembre de 2003, y lo hizo en silla de ruedas tras una paliza que recibió, según cuenta, en octubre de 2002. Aquella trifulca le provocó una parálisis que le afecta desde los tobillos. Su maltrecho cuerpo sigue desde entonces sin despertar. "No puedo mover la pierna derecha. Ando algo, pero agarrándome, y además me dan ataques epilépticos. ¿Quién me va a ayudar?", se pregunta con desesperación este hombre, al que todos conocen como Santi.
La Diócesis
"Tengo el armamento escondido", suele decir a modo de amenaza a quienes se le acercan. Con frecuencia se le va la cabeza. Sólo cuando le ingresan en el Hospital y recupera levemente la cordura se da cuenta de su situación. "Se te pone a llorar, pide ayuda y no la encuentra", resume un amigo suyo.
Santi, postrado en su herrumbrosa silla de ruedas, vive en la calle. Es habitual verle pidiendo limosna frente a
"No hay recursos"
El Aterpe de Cáritas es de los pocos recursos sociales que le han brindado ayuda en los últimos tres años, donde recibe manutención y ha estado alojado hasta hace diez días, aunque los sedantes y el alcohol que consume le hacen perder los estribos y acaban echándole a la calle.
José Antonio Lizarralde, Pottoko , responsable de este servicio, reconoce que Santi se encuentra en una situación de "desamparo total" y que no existe ningún servicio que palíe su maltrecha situación. Él mismo se ha puesto en contacto con el Ayuntamiento de Errenteria y
A Santi le puede el carácter. Le dan brotes continuamente. Cuando no es un ataque epiléptico, es un navajazo, y si no, se cae de la silla de ruedas y se abre la cabeza. "Por no poder soportar el frío también le han ingresado varias veces", agrega un amigo que prefiere no identificarse.
Otro de los recursos donde ha estado es Villa Betania, único centro al que se le ha derivado por ser seropositivo, pero que tampoco se ha ajustado nunca a sus necesidades y el proyecto acabó haciendo crack . "No es para mí. Es un centro para enfermos terminales que no están bien de la cabeza y, aunque sea fuerte decirlo, creo que soy el más cuerdo de los que han pasado por ahí", describe.
Dentro del VIH, hay tres estadios: cuando te comunican que eres seropositivo, cuando brota una enfermedad oportunista y el último, cuando te confirman que tienes sida y eres presa de un montón de enfermedades debido a las bajas defensas. Santiago está en el último estadio, a un paso de la fase terminal pero, a pesar de su delicado estado, sigue viviendo en la calle. "No me han ayudado nada y creo que merezco una oportunidad", reclama este hombre que cumplirá 35 años en agosto y se medica sin cesar para mantener a raya el "bicho" -como le llama al sida- con fármacos como Epivir.
Sus amigos aseguran que