- Carta contra la homofobia
- ABC, 2007-07-06 # Tulio Demicheli
Te llamo Aurora porque tienes esa misma luz y bajo ella pongo a salvo tu identidad: aún no has cumplido dieciséis años. Pongo a salvo tu identidad no por tus padres, amigos o vecinos, sino por los cobardes que el domingo te insultaron y luego de golpearte, te arrojaron escaleras abajo en un centro comercial, huyendo después sin socorrerte. Esos energúmenos —que te atacaron por ser lesbiana— aún andan sueltos. Y dan miedo. Pero hay que perderlo; los pillarán, estoy seguro, y haremos lo imposible para que den con sus huesos en la cárcel, porque su crimen da repugnancia por partida triple: tú eres menor, mujer y homosexual.
También te llamo Aurora porque eres la novia de mi sobrina de corazón y le has dado esa luz redentora que hoy irradia su sonrisa. Mi sobrina lo es de corazón porque soy amigo de su madre desde la aurora radiante de la adolescencia; y luego lo soy de su padre, y mucho, desde el día en que se casaron. También pongo a salvo su identidad porque estaba contigo y esos dos animales, que siguen sueltos, la vejaron este domingo aciago por ser tu novia: «¡Guarras, putas, bolleras!». En esta carta la llamaré Carmen, nombre de composición poética. Y claro, pongo a salvo la identidad de tu madre, que salió en defensa vuestra con uñas y dientes, porque una madre sin pensarlo da la vida por los cachorros. Y tú, al ver que iban a por ella, te revolviste, joven leona, porque una cachorra bien nacida también defiende a su madre.
Pues bien, queridísima Aurora, ¡cuánto disfruté el sábado con vosotras y con vuestros amigos en la manifestación del Orgullo Gay! Me siento orgulloso de ti y de Carmen por el coraje adolescente con el que proclamáis vuestro amor a plena luz del día. Es vuestro derecho y son vuestras libertades. Pero también los míos, porque si antaño, cuando tenía vuestra edad, fui un jabato antifranquista que combatió la dictadura para conquistar las libertades con las que hemos construido nuestra convivencia en democracia, hoy me siento parte de una derecha libertaria, que también la hay, créeme Aurora, y a sangre y fuego defenderemos la tolerancia social, el pluralismo político, la igualdad entre hombres y mujeres, los derechos humanos, la libertad de conciencia y de cultos, es decir: la más amplia libertad; todo ello sólo posible bajo un Estado aconfesional y de práctica laica, pero también, el derecho de vivir vuestro amor como los demás, al aire libre y a cuerpo gentil, sea cual sea la orientación sexual.
Me siento orgulloso de vuestros padres y de esos amigos tuyos a los que el sábado he visto compartir vuestra alegría sin avergonzarse ni espantarse, con la naturalidad de haber nacido y crecido en libertad. Sé que no os sentís culpables por ser como sois: ni es una «enfermedad» ni una «desviación», así lo entiende la ciencia que sabe de estas cosas, sino una expresión de la complejísima afectividad humana, una manifestación minoritaria pero genuina de nuestra sexualidad. Ni se cura ni se cambia con terapias aversivas o quitando los espejos de casa; si fuerais pelirrojas, por mucho que os tiñerais el pelo, rubicundo seguiría siendo, sólo lo ocultaríais o, en el caso que os concierne, sólo reprimiríais vuestro deseo y nunca seríais felices. Así pues, sois normales como normales son, por ejemplo, quienes votan a IU o a Ciudadanos: minorías. Y así os ven los amigos, así os veo yo y así os ve la clamorosa multitud que alegró Madrid desde
¿Cómo que ya no hace falta celebrar el Día del Orgullo Gay, como algunos postulan para esconder una vergonzante homofobia, cuando te acaban de apalear por ser una adolescente homosexual! Yo soy un ciudadano orgulloso de las libertades conquistadas y volveré el año que viene y los siguientes, porque, cuánta falta hace si al primer descuido nos las arrebatan a garrotazos que encima te caen a ti.
¿Cómo que hay que objetar por razones de conciencia —¡vaya conciencia!— esa asignatura nefanda para homófobos y fanáticos religiosos,
¿Cómo que no hay que enseñar en la escuela que hombres y mujeres somos iguales, que hay otras familias distintas, que muchas personas sois gays y lesbianas, y que a todos hay que respetar y dejar vivir en paz? ¿Es que la homosexualidad se infecta? No, sólo la barbarie y el fanatismo se contagian, como bien demostraron
Cierto, la clamorosa mayoría no objetará esa asignatura porque los españoles —como así lo demostraban tus amigos y las muchas familias tradicionales: padres, abuelos, hijos, todos de la mano, que también se manifestaron y divirtieron, bien orgullosos de vosotros, en la capital— entendemos que tenéis el mismo derecho y la misma libertad que los demás para vivir, celebrar y sellar vuestro amor. Y hay que aprenderlo no sólo por los padres, también en todos los colegios e institutos, porque miles de estudiantes hoy vienen de países que no tienen ninguna tradición democrática; o bien proceden de una cultura como la islámica, donde se llega a lapidar a las adúlteras y a colgar a los homosexuales, donde a vergazos se corrige en el hogar a esposas, hijas y hermanas —como recomendaba un imán en Fuengirola— y se las somete al varón, se las oculta con velos y burkas, o se les mutila los genitales para anular su sexualidad. Si a esos menores no les inculcamos los valores democráticos en la aulas, sepamos todos que en sus casas nadie lo hará.
En fin, quiero decirte, queridísima Aurora, que mi cabeza se ha descalabrado con la tuya en cada uno de los escalones por los que rodaste el domingo cuando te agredieron esos canallas. Sí, Aurora, quiero que sepas que a mí me han cosido la piel, como a ti, y con las mismas grapas. Porque yo, como Luis Cernuda, el gran poeta homosexual, «libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío». Eso se llama amor y si Dios existe, lo ampara, pese a quien pese.