- Gustavo Bueno contra el Matrimonio Homosexual
- Bueno ha afirmado que el matrimonio homosexual no está de acuerdo con la historia humana, ya que en todas las culturas ha existido el matrimonio civil o religioso (en todo caso, como institución estatal) entre heterosexuales, y nunca entre homosexuales.
- Kaos en la Red, 2007-05-02 # Carlos Balmaseda
Como viene siendo tristemente habitual en tan insigne "filósofo", la postura de Gustavo Bueno acerca del matrimonio homosexual no es más que un puro desatino, aunque sin duda habrá agradado sobremanera a los talibanes nacional-católicos, quienes últimamente parecen ser el público al que Bueno dirige sus obras. Bueno ha dicho que instituir el "matrimonio homosexual" es motivo suficiente para derribar a un gobierno, y "mucho, muchísimo peor que lo de la guerra de Irak". Bueno ha afirmado que el matrimonio homosexual no está de acuerdo con la historia humana, ya que en todas las culturas ha existido el matrimonio civil o religioso (en todo caso, como institución estatal) entre heterosexuales, y nunca entre homosexuales.
Una vez más, como es su costumbre, Bueno desprecia por completo las tesis y hallazgos de las ciencias sociales (historia, antropología, arqueología, etc.), aunque no deje de citarlas. Pero ya sabemos que lo que Bueno entiende por "historia" y "antropología" no se corresponde con lo que entienden la mayoría de los historiadores y antropólogos del presente.
Analicemos, en primer lugar, qué significa que algo "no está de acuerdo con la historia". En primer lugar, ningún historiador serio ha manifestado jamás estar "de acuerdo" ni tampoco "en desacuerdo" con la historia, ya que la historia no es una persona o individuo con una opinión, sino sencillamente el registro de los actos y producciones de incontables individuos humanos que han perseguido diversos objetivos, interactuando entre ellos y con el entorno a través del tiempo. "Estar de acuerdo con la historia" es en realidad una afirmación sin sentido, al estilo de "estar de acuerdo con el tiempo", "estar de acuerdo con la realidad", o "estar de acuerdo con el modo de pensar de nuestros padres y abuelos y de todos nuestros ancestros". Lo que tal vez Gustavo Bueno quiera decir es que está de acuerdo con la proposición de que el matrimonio heterosexual (de cualquier tipo) es el único que debe ser reconocido por la ley, con exclusión de las uniones entre homosexuales (aunque Bueno reconoce la posibilidad de instaurar "uniones civiles" entre homosexuales, eso sí, sin adopción). En apoyo de dicho aserto, Bueno sostiene --igual que la Iglesia Católica y que los sectores más reaccionarios y fundamentalistas de la sociedad política mundial-- que así ha sido siempre. El matrimonio homosexual, sostiene Bueno, sería una ruptura radical con nuestro pasado civilizado.
Pero la afirmación de Bueno es sencillamente falsa. Bueno invoca la Historia como si fuera una fuente de autoridad, pero desconoce por completo las recientes (y no tan recientes) investigaciones historiográficas y antropológicas sobre el matrimonio y la homosexualidad. Si uno habla sobre los matrimonios homosexuales en la historia escrita, lo primero que debe hacer es leer y documentarse suficientemente al respecto. En este sentido, es imprescindible el libro Christianity, Social Tolerance, and Homosexuality [Cristianismo, Tolerancia Sexual y Homosexualidad] (University of Chicago Press, 1980), de John Boswell, quien documenta matrimonios homosexuales legalmente reconocidos en la Antigua Roma, que siguieron contrayéndose legalmente durante el período cristiano. En Same-sex Union in Pre-modern Europe [Las Uniones Homosexuales en la Europa Pre-moderna], Boswell habla de las uniones homosexuales bendecidas por la Iglesia durante la Edad Media, e incluso de una liturgia nupcial homosexual heredada de la Iglesia Antigua.
En las culturas orientales también han existido históricamente matrimonios homosexuales legales y reconocidos por el Estado. En Male Colors: The Construction of Homosexuality in Tokugawa, Japan [Colores Masculinos: La Construcción de la Homosexualidad en Tokugawa, Japón] (University of California Press, 1995), Gary Leupp describe los "lazos de hermandad" entre varones samurais, que incluían contratos escritos, una ceremonia cuasi-nupcial, y a veces castigos severos para la infidelidad, durante los siglos XVII y XVIII. Los antropólogos han estudiado también en profundidad la cultura Azande del Sur del Sudán, donde durante siglos los guerreros se casaban, de manera totalmente legítima, con "muchachos-esposa". También están los estudios de Marjorie Topley sobre los matrimonios lésbicos --legalmente reconocidos-- en Guandong, China, a principios del siglo XX. The Case for Same-Sex Marriage [Historia del Matrimonio Homosexual] (1996), del profesor William Eskridge, demuestra que el matrimonio homosexual legalmente reconocido ha existido prácticamente a lo largo de toda la historia y en casi todas las culturas y latitudes geográficas.
Lo que la historia del mundo nos cuenta realmente es muy distinto de los mitos y falsedades que nos cuentan Gustavo Bueno y los fundamentalistas cristianos. Lo que nos cuenta la historia real es que prácticamente cualquier tipo de comportamiento sexual puede ser y de hecho ha sido institucionalizado en algún lugar y en alguna fecha histórica concreta. Por ejemplo, la poligamia sigue siendo normal y legal en muchas naciones, como lo fue entre los mormones del estado norteamericano de Utah. En el Tíbet, la poliandria tiene una larga historia, y las modernas leyes chinas parecen tener poco poder para impedir los matrimonios entre una mujer y dos o tres hombres.
Volviendo a las relaciones homosexuales, los Sambia de Nueva Guinea han creído tradicionalmente que, para que un chico adolescente se convierta en un hombre, es absolutamente imprescindible que le haga una felación a un hombre adulto y que se trague su semen (ver La cultura norteamericana contemporánea, de Marvin Harris). Desde nuestras normas y costumbres occidentales, podemos ver esta costumbre de los Sambia como un caso de abuso infantil, pero en el contexto cultural de los Sambia no lo es en absoluto, sino que para los Sambia es simple sentido común. Así lo han estado haciendo durante los últimos 3.000 años de su historia (aquí yo le preguntaría a Bueno y a los fundamentalistas cristianos: ¿esa duración de 3.000 años convierte a tal costumbre en algo correcto?). Algunas tribus de la Grecia Antigua tenían un concepto similar de la necesaria recepción de semen para convertir a un adolescente en un hombre, sólo que en la Grecia Antigua dicha recepción se hacía por la vía anal. El antropólogo y arqueólogo Jan Bremmer ha investigado igualmente esta práctica como un ritual de iniciación ampliamente extendido entre las antiguas tribus indoeuropeas.
Algunos autores sostienen que han existido dos tradiciones básicas de comportamiento homosexual masculino en este planeta, anteriores a la evolución del modelo igualitario contemporáneo: las tradiciones inter-generacionales y de rol específico, tanto en las sociedades pre-clasistas como en las más sofisticadas; y aquellas tradiciones que implican la existencia de varones que adoptan una identidad femenina y transgenérica, y que a menudo desempeñan roles chamánicos, como los berdache de los pueblos nativos americanos, o los hijra de la sociedad hindú. Generalmente estos hombres "afeminados" están disponibles para irse a la cama con hombres "viriles". Una variante de esta tradición es el antiguo Templo de Hombres Prostitutos mesopotámico (cuyo culto se extendió a Israel, como se registra en el Antiguo Testamento: Reyes 14:24, 22:47, etc.). Los hombres libres de la época alquilaban --si así lo querían-- a uno de estos Prostitutos Sagrados, se unían misticamente con la Divinidad al copular con ellos, y al mismo tiempo ayudaban al mantenimiento del Templo. Obviamente, no se está tratando de justificar esta antigua tradición, sino sólo recordando que hay muchas más cosas en el Cielo y en la Tierra de las que ha soñado la filosofía moral y sexual del cristianismo fundamentalista.
Durante los últimos 3.000 años (antigüedad aproximada de la institución del matrimonio, aunque algunos la cifran en 5.000 años), no ha habido ninguna norma global de matrimonio. En algunas sociedades, un hombre y una mujer, por propia voluntad, decidían establecer una acuerdo de por vida, obtenían los necesarios permisos y la legitimidad ceremonial, y desde entonces mantenían una unión monógama hasta que uno de ellos se moría. Sin embargo, este tipo de unión ha sido históricamente muy inusual. Los matrimonios arreglados que incluían diversos grados de dote (generalmente menos por parte de la mujer) han sido la norma más habitual. No fue hasta finales del siglo XVIII cuando, en gran parte del mundo occidental, el concepto de "matrimonio" sufrió un cambio brusco y radical, entendiéndose a partir de entonces que el matrimonio debía depender de la libre voluntad del hombre y la mujer y no de la voluntad y/o el consentimiento de los padres, y que además debía tener como fundamento el "amor" --otra categoría histórica compleja que no existió siempre, sino que fue un producto cultural del capitalismo mercantil emergente, un producto que llegó a convertirse en la ideología dominante del capitalismo industrial en lo que respecta a la cuestión familiar y sexual. Friedrich Engels lo explica muy bien en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, donde demuestra que el capitalismo industrial productivo y el concepto de libre mercado desempeñaron un papel fundamental en la aparición de la familia heterosexual moderna, nucleada en torno a la ideología del "amor".
Por razones demográficas y económicas (antes que morales), la monogamia ha estado generalmente más extendida que la poligamia. Pero cuando no se han dado tales limitaciones demográficas y económicas, la mayoría de los hombres ricos y poderosos han optado por la poligamia. Por supuesto, lo anterior incluye a los antiguos Hebreos --cuya moral está en el origen del cristianismo. Ahora bien, "estar de acuerdo" con 4.000, 6.000 ó 12.000 años de prácticas sexuales aleatorias --como lo están los fundamentalistas cristianos y Gustavo Bueno-- implicaría estar igualmente de acuerdo con la poligamia (ya que es tan antigua o más que la monogamia), o con la prostitución, o con la opresión social y sexual de las mujeres, o con la ablación de clítoris (todas ellas costumbres milenarias donde las haya).
En suma, desde una postura mínimamente progresista es necesario defender el derecho al matrimonio homosexual. La libertad para establecer una unión con quien uno quiera, y así beneficiarse de cualesquiera privilegios que el entorno político y cultural confiera al "matrimonio", no debería limitarse arbitrariamente a los varones que se sienten atraídos por las mujeres, y a las mujeres atraídas por los varones. Dicha limitación supone claramente una violación de derechos básicos, en este caso de las personas homosexuales. Aunque dicha premisa limitadora hubiera sido la norma desde los albores de la civilización --lo que, como demuestra la investigación historiográfica y antropológica, no es en absoluto cierto--, seguiría siendo irracional. Si la Historia (con H mayúscula) tiene alguna función, es la de inducir a la gente, a través de la acumulación de conocimientos y experiencias, a ser más racional, y de este modo aliviar las formas de sufrimiento que son capaces de infligirse a sí mismos. El reconocimiento del matrimonio homosexual es un paso progresista y absolutamente necesario, pues supone reconocer la realidad, y aliviar la opresión que la ignorancia y el odio homofóbicos siguen haciendo padecer a numerosas personas en todo el planeta.
Gustavo Bueno y otros, escandalizados por la perspectiva de un concepto más inclusivo de matrimonio, proponen una vía legislativa intermedia que reconozca las "uniones civiles" entre homosexuales. Sin embargo, esta postura sigue siendo discriminatoria, puesto que establece una distinción entre las personas basada en su preferencia sexual. En cambio, frente a dicha postura restrictiva y discriminatoria, todas aquellas personas que tengan la edad legal y así lo deseen deberían poder acceder --independientemente de sus preferencias sexuales-- a las ventajas conferidas por la institución estatal del matrimonio. Es más, por si fuera poco, el matrimonio homosexual tiene una gran cantidad de precedentes históricos, con lo que el argumento de la "tradición" pierde así uno de sus principales apoyos. El reconocimiento legal del matrimonio homosexual es, en definitiva, lo más justo, razonable y civilizado.
Recientemente, el filósofo marxista Slavoj Zizek ha escrito en su último libro --En defensa de la intolerancia, Ediciones Sequitur, 2007--, que el matrimonio homosexual y las demás reivindicaciones de los llamados queers socavan los cimientos del modo de producción capitalista, y además suponen una extensión del universalismo racionalista de izquierdas. La teoría queer, según la biblioteca digital Wikipedia, es "una teoría sobre el género que afirma que la orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esencial o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales". La teoría queer es hoy en día uno de los más fructíferos paradigmas teóricos de los movimientos ecologistas, feministas, homosexuales, bisexuales y transexuales. Zizek escribe:
"Si la heterosexualidad en cuanto norma representa el Orden Global en función del cual cada sexo tiene su sitio asignado, las reivindicaciones queer no son, simplemente, peticiones de reconocimiento de determinadas prácticas sexuales y estilos de vida en cuanto iguales a otros, sino que representan algo que sacude ese orden global y su lógica de jerarquización y exclusión. Precisamente por su "desajuste" respecto al orden existente, los queers representan la dimensión de lo universal (o, mejor dicho, pueden representarla, toda vez que la politización no pertenece de entrada a la posición social objetiva, sino que supone un acto previo de subjetivación). Judith Butler ha arremetido con fuerza contra la oposición abstracta y políticamente reductora entre lucha económica y lucha "simplemente cultural" de los queers por su reconocimiento. Lejos de ser "simplemente cultural", la forma social de la reproducción sexual está radicada en el centro mismo de las relaciones sociales de producción: la familia nuclear hetero-sexual es un componente clave y una condición esencial de las relaciones capitalistas de propiedad, intercambio, etc. De ahí que el modo en que la práctica política de los queers contesta y socava la normativizada heterosexualidad represente una amenaza potencial al modo de producción capitalista..." (Slavoj Zizek, En defensa de la intolerancia).