- Me llaman Calle
- Diario de Lanzarote, 2007-01-26 # Lavive Hernández
Saben ese que dice: oye, ¿es verdad que tu madre es prostituta? -No, mi madre es sustituta, la prostituta es mi tía pero cuando ella no puede...
Es bastante malo, será por viejo. Lo que no es nada viejo es la permanencia del estigma sobre las mujeres mayores de edad que libremente deciden prestar servicios sexuales a cambio de dinero. Ellas se llaman a sí mismas trabajadoras sexuales. El resto las llama putas. El problema es que el resto llama puta a casi cualquiera que se salga del plato, trabaje o no. A Margarita Carreras, que estaba bellísima con su traje verde recogiendo el Goya por Princesas sustituyendo a Manu Chao, le preguntaba uno cómo es que hablas tan bien; y ella: "¿es que usted cree que en la escuela el maestro decía esta va para puta esta no?"
Vamos a ir acotando: el trabajo sexual es un pacto entre adultos para intercambiar determinados servicios sexuales por precio cierto. Las condiciones las pone la trabajadora.
Es importante lo del precio monetario. Porque el intercambio de sexo por otras prebendas es muy antiguo pero más frecuente de lo que pensábamos dentro y fuera del modelo de familia tradicional.
La necesidad de hablar de prostitución surge a raíz del estigma. No todas las sociedades castigaron o castigan a quien trabaja en esto. En la sociedad española actual la prostitución no es delito, no son delincuentes, pero sí que las señala el falso dedo de las buenas costumbres.
Las trabajadoras sexuales están muy moscas con el régimen de condiciones laborales a las que las someten los propietarios de clubes de alterne. Tienen que pagar un hospedaje diario fijo de entre 50 a 120 € así compartan dormitorio con dos o tres compañeras. Tienen unas horas de desayuno y cena incompatible con sus horarios de trabajo. No tienen seguridad social ni paro ni pensión de jubilación. Pero eso si: es frecuente que le paguen la universidad a hij*s y herman*s y hasta la vitrocerámica a la madre o la suegra que después les vira la cara por la calle.
Cuando optan por el trabajo en la vía pública, viene el Ayuntamiento con Ordenanzas que castigan permanecer mucho tiempo quieta en la misma esquina. Dice Maria José Barrera que entonces por qué no multan al del cupón.
Desde el feminismo, caracterizado por la defensa de la mujer, hay dos posturas frente a tema: la abolicionista y las posiciones regularizadoras. La abolicionista no lo considera un trabajo, sino una explotación. Por tanto todas las mujeres, sin excepción, son víctimas del hombre que las trae engañadas de su país de origen, que las usa como un kleenex, que perpetúa en su cuerpo todos nuestros miedos atávicos sobre la sexualidad y el machismo. Sostienen que no son tan libres porque las presionan las mafias y los chulos. Las "víctimas" dicen que lo que las presiona es el hambre, el colegio del crío, el pediatra, el casero, la boda de la sobrina, la hipoteca, en fin. No se cómo piensan conseguirlo pero creen que la prostitución tiene que desaparecer de la faz de la tierra porque es indigno pagar por sexo...o cobrar por sexo, que no lo dicen claro.
Una trabajadora social le trataba de explicar a la misma Maria José, que es presidenta de una asociación andaluza de trabajadoras sexuales y mediadora social en un programa de Mujeres Progresistas, que lo que ella hace con su cuerpo es convertirse en instrumento del impulso de dominación masculino. Vaya. Maria José le respondía qué bonito empeño en darle poder al hombre y quitárselo a ella, que por qué ella no iba a tener poder y capacidad de usarlo, que de hecho lo usa muy bien. Coincide con las estadísticas: la violencia que sufren las mujeres no es por parte de sus clientes, sino...tachán... por parte de la policía. Efectivamente: se quejan de la misma violencia institucional que sufren el resto de colectivos marginados de esta sociedad. De hecho los clientes también pueden ser amigos.
Las trabajadoras sexuales y las feministas que argumentan posturas políticas defensoras de los derechos humanos de este colectivo y regularizadoras de su estatus laboral consideran que en términos morales, si algo es bueno o es malo no depende en absoluto que medie dinero. Y la prostitución es simplemente un trabajo. Un trabajo duro, cierto, pero es que hay muchos trabajos muy duros y con mayor índice de siniestralidad, como la construcción, la extracción minera, o limpiar un wc detrás de otro. Victimizar a la mujer no hace más que, en definitiva, acallar su voz.
Así que la existencia del trabajo sexual no se plantea sino como un problema del mercado laboral, que es muy malo, muy injusto y muy dominador. Y aunque según parece el sexo de pago es como la comida rápida, ya dice Woody Allen que aunque el sexo sin amor sea una experiencia vacía, es una de las mejores experiencias vacías que conoce.
A fecha de hoy el feminismo ha casi logrado desmontar el concepto de familia tradicional. En eso estamos todos de acuerdo. El concepto único de familia que excluye la pluralidad de modelos actuales está siendo abiertamente cuestionado, por mucho que le duela a la Conferencia Episcopal.
La sexualidad la llenó de colores la India con el Kamasutra y los gays y lesbianas con sus banderas. Las personas transexuales desertaron del falo y transgredieron el género diferenciando claramente identidad sexual de orientación sexual.
Pero el concepto tradicional de amor, de las cosas que se hacen por amor, de las cosas que no se pueden hacer sin amor, del amor como precio y del amor como causa... ese desamorable concepto cuesta un poco más que se mueva.
¿Por qué preocuparnos por el estigma? Porque en esencia perpetúa un modelo cultural que diferencia entre buenas y malas mujeres. La que es mala, la mujer que transgrede, que se sale del tiesto, es una puta. Dolores Juliano no entiende la diferencia entre alquilar la vagina en Las Ramblas o alquilar el cerebro a la Universidad de Barcelona, como es su caso. Pero sí que entiende que la estigmatización de la prostitución no es más que un mecanismo de control de las buenas y de las malas, de todas las mujeres. Pura pedagogía del premio y del castigo.