- Antzuolarras y visitantes presenciaron bajo un sol de justicia el Alarde del Moro
- Abd-al Rahman se rindió en Antzuola
- El Diario Vasco, 2007-07-15 # Nagore Belastegi
Era un 26 de julio del año 920 en las tierras navarras de Valdejunquera. Una compañía de un pequeño pueblo llamado Antzuola participó en la batalla en defensa del rey Sancho I Garcés y pudo recuperar su bandera derrotando al infiel Abd-Al Rahman III, caudillo de los ejércitos del Califato de Córdoba.
Transcurridos ya once siglos, Antzuola sigue representando el Alarde del Moro, y como novedad, este año lo hizo en la renovada plaza de la localidad, hasta hace poco ocupada por las obras de canalización del río. La tradicional cita festiva comenzó y terminó en una reformado escenario bajo la atenta mirada de los antzuolarras. «Creo que la plaza nueva ha embellecido el alarde. La verdad es que la anterior era bonita, pero ésta también tiene su encanto», declaraba sofocada Karmele, vecina que sufrió el intenso calor que acompañaba la tarde. Pero para gustos se hicieron los colores y Maria Jesús tenía otra opinión bien distinta: «La plaza anterior me gustaba más. Creo que antes había un mayor espacio para pasear», indicaba la antzuloarra.
Minutos después de que en el reloj de la plaza se pudiera oir la sexta campanada, un centenar de antzuolarras uniformados y armados comenzaron a desfilar por las calles de esta localidad del Alto Deba al compás de los tambores y los txistus. «Es la primera vez que vengo a estas fiestas y me parece muy bien que recuerden algo histórico como el Alarde. Hace mucho calor pero merece la pena verlo», declaraba una vecina de Arrasate.
«Hay menos gente»
«Esan, adiskideak, orduan bezala, Nafarroakin gaur egun, anaiak gerala; bat da gure izarra, bat da gure bandera: Esan beti laurak-bat, izan nahi degula». Esta era la última estrofa de los bertsos que el urretxuarra José María Iparragirre compuso para la ocasión, y que el coro de Antzuola cantó antes de que comenzara la rendición del Abd-Al Rahman.
El momento más emotivo llegó cuando el caudillo musulmán, encarnado por Salvador Peña, sumiso y postrado frente al general -al que da vida Joseba Iparragirre- prometió fidelidad eterna al pueblo de Antzuola.
El militar, sentado en su caballo, uniformado y con la makila en la mano, proclamó el relato de los acontecimientos ocurridos en el siglo X. Cuando el rendido abandonó el escenario, las armas tomaron protagonismo. Dos cañones y las escopetas estrenadas el año pasado ensordecieron al público tras ser disparadas por los soldados y artilleros. « Todo ha salido según lo previsto. Aunque el calor ha disminuido el número de espectadores, estamos muy contentos del resultado», ex- presaba el presidente de la asociación Mairuaren Alardea, Jose Luis Kortabarria.
El valor de los símbolos
Tres son los símbolos que cada año se muestran en el Alarde. Las armas, protagonistas en el último momento de la representación histórica, son el eje central. Estas ponen en escena el ordenamiento militar, figura que desapareció en 1876 con la perdida de los fueros y que todavía se recuerda en localidades como Irun o Hondarribia. También a música que acompaña la marcha es especial, ya que rememora una partitura de 1761 titulada Marcha de Fusileros para Pífanos y Tambores en Espinosa, melodía de ordenanza de Carlos III.
La tercera insignia, pero no por ello menos importante, es la bandera. Su peculiaridad consiste en la trazada de los distintos dibujos similares a algunos de los cuarteles del escudo de la villa diseñados en