- Wystan Hugh Auden: el centenario de un poeta homosexual
- Wystan Hugh Auden, poeta, dramaturgo y crítico literario homosexual, dejó el legado de su obra a la humanidad entera. En México no es los suficientemente conocida pues no se ha traducido del todo
- Anodis, 2007-02-19 # Sergio Téllez-Pon
Para entender la poesía de algunos poetas muchas veces es necesario cifrar su obra con su vida. Esto se cumple de manera muy particular con Wystan Hugh Auden (York, Inglaterra, 21 de febrero de 1907-Viena, Austria, 29 de septiembre de 1973), pues aunque siempre se resistió a la idea de entrometerse en la vida de un creador, su poesía está estrechamente relacionada con sus vivencias más profundas. Aunque en español se han publicado algunos de sus libros, a lo largo de esta vasta antología de la obra poética de Auden, Canción de cuna y otros poemas, se puede percibir cuánto se fue modificando su poética conforme su vida tomaba diferentes rumbos, de manera tal que prácticamente se estaría ante una especie de biografía literaria.
Descendiente de islandeses, Wystan, como le decían sus allegados, fue el tercer y último hijo de un médico y una enfermera, ambos anglocatólicos fervientes (todos los datos los tomo de W.H. Auden. A biography, de Humphrey Carpenter, publicado por Houghton Mifflin en 1981). Estudió en escuelas e institutos religiosos de Birmingham y, finalmente, en la Universidad de Oxford donde conoce a quienes serán sus amigos el resto de sus días, los también escritores: Christopher Isherwood, Stephen Spender y Cecil Day Lewis (Auden será el menor del grupo y, en general, siempre sentiría ser el de menor edad en cualquier círculo, empezando con sus hermanos). En 1928, cuando apenas cuenta con 21 años, aparece su primer libro: Poemas que muestran claramente el conflicto interno con su homosexualidad propiciado por su profunda educación religiosa lo cual le hizo escribir sugestivamente, insinuando apenas sus emociones, principal rasgo que ponderarán los críticos al convertirlo en la voz más representativa de su generación.
Ese mismo año, a punto de graduarse de la universidad, su padre le regala un viaje por el continente Europeo y Auden elige Berlín, la ciudad que en las postrimerías de los locos años veinte se ha convertido en la capital cultural del continente lo cual, a su vez, ha propiciado un relajamiento de la moral social (los cabarets son más frecuentados que las librerías: de uno de ellos sale Marlene Dietrich para protagonizar El ángel azul). Luego de unos meses en la capital alemana, Auden regresa con su familia en Birmingham a pasar las navidades de 1928 y aprovecha para cancelar su compromiso de matrimonio con una estudiante de enfermería, al parecer de nombre Sheilah Richardson, que le presentó Spender. Aun cuando partió sin saber alemán ni de la literatura en ese lengua, en enero de 1929 regresa a Berlín pues su principal intención es seguir aprendiendo el idioma lo que a la postre lo convertirá en un ferviente germanófilo. Va a Inglaterra a pasar su cumpleaños número 22 y luego vuelve a Berlín. Pronto, la recesión económica de Estados Unidos hace que la vida en la capital alemana sea más barata pues los dólares que sus padres le envían se devalúan día tras día. La intensa vida que lleva le ayuda a asumir su homosexualidad y mantener una serie de relaciones afectivas con varios muchachos, pero una en especial—la más intensa y atribulada—, con un joven marinero de Hamburgo, Gerhart Meyer. Es tal su entusiasmo que contagia a Isherwood y Spender quienes pronto lo alcanzarán en la ciudad germana. Sin embargo, la fiesta dura poco: el partido nacionalsocialista con Hitler a la cabeza asume el poder y esto coartará de tajo las libertades permitidas todos esos años.
Sin embargo, esa estancia ya ha marcado profundamente su estilo de vida. Es definitoria en tres aspectos que es importante resaltar: en primer lugar, si antes veía su homosexualidad como algo pasajero—más en las ideas freudianas con respecto a las etapas de la sexualidad que a la manera griega como etapa de aprendizaje—, ahora asumirá completamente una identidad gay, luego, las atrocidades del nazismo le despierta un interés por militar en las causas sociales justas y, finalmente, ese viaje lo impulsa a vivir en un exilio voluntario permanente.
Regresa a Inglaterra para volver al viaje ahora perenne: va a la tierra de sus antepasados, Islandia; luego, en 1936 en compañía de Isherwood, visita China donde se encuentran con la guerra sino-nipona y, al parecer, es durante ese viaje que Auden le confiesa a su amigo estar enamorado de él. Ambos publican sus experiencias de esa travesía al gigante asiático en Harper’s bazaar la revista neoyorquina que dirigía su amigo George Davis (el impulsor de Truman Capote, entre otros escritores); además, Auden escribe una serie de veintiún Sonetos desde China. En 1937, se enlista para ir a la Guerra Civil Española, pero no toma el rifle ni se ubica en las trincheras sino que funge como conductor de una ambulancia y, finalmente, como locutor de una estación de los republicanos que al ser de onda corta y trasmitida en inglés es prácticamente inútil. Conciente de esa inutilidad regresa a Inglaterra por un par de años. Es la época en que escribe dos poemas significativos: “España, 1937” y “1 de septiembre de 1939” (el día de la invasión Nazi a Polonia), es decir, los que se consideran sus poemas sociales más importantes. Luego de haber escrito sus poemas más homófilos bajo el tamiz del psicoanálisis, Auden escribió esos dos poemas políticos bajo circunstancias muy específicas por lo que, al paso de los años, le molestaban cada vez más y por eso los sacó de la primera edición de sus poemas completos. Si antes creía en una revolución social a través de la poesía, después escribiría en un poema: “Ninguna palabra escrita por el hombre puede detener la guerra”.
En 1939 se muda a Nueva York donde conoce a quien será su compañero sentimental el resto de su vida, Chester Kallman, y en 1946 adquiere la nacionalidad estadounidense. También se le empieza a manifestar más notoriamente el síndrome Tourine-Solente-Golé que le deformó la cara haciéndola ver como “un pastel de bodas olvidado bajo la lluvia”, como él mismo solía decir con sarcasmo. Entre 1946 y 1947 imparte las hoy en día ya importantísimas conferencias sobre la obra de Shakespeare en la New School for Social Research de Nueva York. Luego, pasada le Segunda Guerra Mundial, Auden y Kallman pasan una larga temporada en la isla italiana de Ischia: “mis gracias son para ti, / Ischia, hacia donde un buen viento / me trajo para gozar con queridos amigos / venidos de sucias ciudades productivas”, escribe Auden en el poema dedicado a esa isla. Allí se encuentran con Capote y su amante, Jack, según datos del biógrafo del autor de A sangre fría, Gerald Clarke, quien relata aquella estancia y de paso Capote da su impresión sobre Auden:
“¡Qué latazo era Auden!”, se lamentaba Truman. “No tenía ni una pizca de humor ni de ingenio. Era todo intelecto. Di una fiesta en la azotea de la pensión. La decoré con farolillos japoneses y asistieron unos cincuenta, incluyendo a los más atractivos pescadores de la isla. Todos lo pasaron bien. Es decir, todos excepto Wystan, que ni bailaba ni hablaba con nadie, allí solo, sentado en un rincón, con un aspecto de lo más triste. Esa es la imagen que tengo de Auden: sentado solo en un rincón, y con aspecto triste”. Auden y su compañero, Chester Kallman, congeniaban a su modo con Truman y con Jack pero, por misteriosas e inexplicables razones, hacían todo lo que podían por desairar a Tennessee [Williams] y a [su pareja] Frankie. “Nunca comprenderé lo que Wystan pudo ver en Chester, era una de las personas más mezquinas que haya visto jamás”, añadiría Truman. “Auden era ya bastante conocido como poeta, pero por la manera que Chester tenía de comportarse cualquiera hubiese dicho que era él quien dominaba de puertas para adentro. Chester era sumamente mal educado con Tennessee y con Frankie y tenía a gala no invitarles a su casa. Tennessee se sintió muy dolido” (Truman Capote, Ediciones B, 2006).
Si Auden y Capote no congeniaban del todo era por sus temperamentos tan dispares y no tanto por los casi veinte años de edad de diferencia pues, en cambio, Isherwood adoraba a Capote. De regreso a Estados Unidos, Auden trabaja como editor de algunas colecciones y antologías de poesía y, principalmente, como conferenciante en algunas universidades. En la parte última de su vida, vuelve a creer en la fe cristiana y ve la poesía como un acto de “revelación celestial”, por eso tenía que seguir escribiendo: sólo sus versos, quizá, podrían cambiar a los humanos. Un año antes de morir regresó a vivir a Oxford. Auden murió antes de la medianoche de un ataque al corazón en su cuarto de un hotel de Viena, a donde había ido a dar una lectura de su magistral obra poética.
En pos de una fidelidad extrema con el original, Eduardo Iriarte, el traductor de esta antología, no equilibra “literatura y literalidad” pues, como lo confiesa, pondera la literalidad y muchas veces se pierde el sentido (para no hablar del ritmo y el lenguaje) del más mínimo y en apariencia insignificante poema. De lo que no se le puede despojar a esa poesía genial es su persistente humanismo del que dota a todo cuanto nombra. Humanismo: razón de sobra por la que se considera a Auden el poeta más importante de la lengua inglesa del siglo XX.
Mientras en Inglaterra y Estados Unidos casi toda su obra poética se reunió poco después de haber muerto y a pesar de ser uno de los poetas más importantes de la lengua inglesa, en español su poesía no ha sido lo suficientemente traducida para valorarla en conjunto. En España, la editorial Pre-textos ha publicado Otro tiempo, Un poema no escrito y Gracias, niebla, ahora Lumen publica esta amplia antología con una traducción muy irregular. En México sólo conozco una mínima selección traducida por Guillermo Sheridan y publicada en una colección estudiantil de la UNAM. Contando, además, con los poemas sueltos que han aparecido en distintas publicaciones periódicas del mundo de habla hispana—que generalmente son siempre los mismos los que algunos poetas han traducido, como lo muestran las varias versiones de “Epitafio de un tirano”, “Poema no escrito” o la conocidísima canción que inicia: “Paren todos los relojes, corten el teléfono”—, eso no es suficiente para una obra que casi llega a las 700 páginas (según la primera edición inglesa de 1976) y que tiene registros tan variados como excepcionales. Ojalá el centenario de su nacimiento sea motivo suficiente para conocer mejor su obra.