- Aznar da su visión de la familia
- ABC, 2007-10-21
Querido Santiago:
Me alegro de que me hables de tu familia en tu última carta. La verdad es que no está de moda hablar de la familia como tú lo haces, y menos en defenderla. Curiosamente, suelen ser los mismos que dicen que se puede defender cualquier cosa los que nos niegan a los defensores de la familia la legitimidad para hacerlo. Ya sabes a qué me refiero. Se preconiza una libertad absoluta para hablar de todos los temas al tiempo que se niega que se puedan defender algunas opiniones.
Quienes así razonan respecto a la familia dicen que se trata de una institución propia de una moral tradicional cristiana. Sabemos que no es así, y que ya el derecho romano trata de la familia como núcleo fundamental sujeto a leyes. Los griegos la consideraban el pilar fundamental de la sociabilidad humana. Otro argumento de quienes consideran la familia como algo que debe ser superado es que es algo anticuado. Así razonan los denominados progresistas, para quienes todo lo tradicional debe ser superado y destruido.
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Por todas partes se nos dice que hay que dejar atrás todo lo que sea tradicional, o relacionado con las costumbres. Lo que no es novedad no tiene buena prensa. Fíjate que en el asunto de la familia esta actitud va también acompañada de la marginación de las personas mayores, que parece que hoy nos molesten, cuando son parte fundamental de la sociedad. Eso sí, muchos de quienes así piensan no dudan en encargar a los abuelos el cuidado de los hijos cuando ellos no encuentran tiempo, o cuando tienen algo más interesante que hacer. Hay personas de mi generación que son especialistas en librarse de cualquier responsabilidad, tanto con respecto a sus padres como con respecto a sus hijos. Me pregunto si habrán sacado adelante a sus hijos sin los abuelos de éstos.
Esta realidad demuestra, en otro plano, la profunda falsedad en la que se incurre cuando se opone progreso a tradición. En primer lugar, porque no hay verdadero progreso sin respeto por lo recibido de nuestros antepasados. Ya te he comentado que esto es lo que aproxima al tradicionalista del progresista. Son dos extremos, dos errores muy parecidos: creer que todo debe cambiarse y creer que nada puede cambiarse. Como tú dices, tener proyectos para el futuro, hacer planes y pensar que se puede avanzar no tiene por qué significar el re-chazo a lo que los tuyos te han enseñado. Y yo así diría más: es imposible progresar dejando de lado la tradición, que es precisamente lo que une el pasado con el futuro.
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Pero vayamos por partes. Hay muchos, como dices, a los que les da vergüenza defender la familia y los hay también que quieren destruirla sin que se note. En cuanto sale a relucir el asunto, responden con descalificaciones. Te acusarán de no respetar a los demás. Como siempre, unos pueden dar su opinión y otros no, aunque te diré que no es nuevo en la historia del hombre pretender acabar con la libertad entre gritos de liberación. En este caso, llama la atención cómo el primer factor de crisis de la familia es un factor claramente ideológico.
Creo que esta actitud está relacionada con el sesentayochismo. Conoces cómo se ha convertido mayo de 1968 en algo mítico. Es cierto que entonces nuestras sociedades habían sufrido importantes cambios económicos y sociales, y trataban de adaptarse a nuevos problemas. Había algo de legítimo en las protestas. Pero jamás he compartido esa sublimación del sesentayochismo. Valga como ejemplo lo que sucedió en Francia. Había motivos para la queja, naturalmente, pero aquello se convirtió en una especie de juego revolucionario, de oposición total al sistema... con la convicción, eso sí, de que el sistema no cambiaría demasiado. Los políticos e intelectuales que denunciaban el «sistema» vivían y siguieron viviendo cómodamente de él. Y sin remordimientos alguno, que se sepa.
Históricamente, mayo de 1968 fue una tragicomedia, pero tuvo efectos duraderos. Creó una forma de pensar que se ha extendido en el tiempo hasta hoy mismo: la creencia de que se haga lo que se haga, nada tendrá consecuencias importantes. Es lo que quedaba plasmado en la famosa pintada «Seamos realistas, pidamos lo imposible». (...)
En nuestro país, este espíritu sesentayochista supuso también un rechazo a la dictadura. Un rechazo legítimo y de justicia, pero que se extendió hacia todo lo que significara la costumbre y la tradición. Aunque de hecho fuera anterior e independiente de la dictadura franquista. Desde entonces en España se mezcla todo. Se identifica la libertad política con la pretensión de que en lo personal se podría y se debía hacer de todo, sin pararse a pensar en las consecuencias. (...)
La propia evolución socioeconómica de nuestras sociedades ha influido considerablemente en la situación familiar. En primer lugar, la entrada de la mujer al mercado laboral ha sido un factor determinante. Hoy, en casi todas las familias jóvenes, el padre y la madre trabajan por igual, lo cual es un avance. Pero ya no hay nadie en casa para cuidar de los hijos, y ha caído la tasa de natalidad. A cambio, esto ha supuesto un incremento en los ingresos familiares, y un aumento de la calidad de vida como nunca han tenido las familias.
Éste es el segundo factor, el de la abundancia económica de nuestras sociedades. Quienes pusieron en cuestión la familia, en los años sesenta y setenta, eran hijos de la abundancia de varias décadas de crecimiento. Cuando se pusieron a jugar a la revolución, no habían conocido los sacrificios que tuvieron que hacer sus padres para salir adelante después de haber sufrido una guerra, depresiones muy profundas, crisis sociales que estuvieron a punto de destruir hasta la raíz la misma civilización que luego reconstruyeron, entre los años cincuenta y los sesenta.
Algo ocurrió para que la generación que tantos sacrificios asumió en los años cuarenta y cincuenta no consiguiera transmitir ese mismo espíritu a sus hijos. Quizá los padres buscaron evitar que sus hijos sufrieran las privaciones y dificultades que ellos sí vivieron. O los hijos dieron por sentado que la abundancia y el bienestar eran algo natural y que se podría experimentar sin ningún coste con nuevas formas de vida. (...)
Por mi parte yo creo, Santiago, en una familia compuesta de un hombre y una mujer, con hijos y extendida a todos los miembros que por costumbre, por consaguinidad o integración, pertenecen a ella. Desde luego existen otras formas de convivencia humana, homosexuales o heterosexuales. A todas ellas, te diré, hay que dar una solución justa y equilibrada. Son naturales en la medida en que existen, y es absurdo ignorarlo. No sólo eso sino que hayque respetarlo. La familia ha sido un gigantesco avance social, y sobre ella se funda la estabilidad y el progreso de nuestras sociedades. También, y en muy buena medida nuestra propia libertad. No te equivoques: no estoy en contra de que se regulen otras formas de convivencia. El modelo que te he descrito antes puede cambiar: una madre o un padre separado que se hace cargo de sus hijos constituye evidentemente una familia. Requiere el mismo sacrificio, la misma solidaridad, el mismo apoyo incondicional. Pero no estoy de acuerdo en que se considere cualquier situación equivalente a la familia de la que te hablo. Lo mismo en cuanto al matrimonio. No me parece correcto que se le dé el carácter de matrimonio a una unión que no sea entre un hombre y una mujer. Es algo respetable, pero no forma un matrimonio. Ni equivalente, ni alternativo. (...)
¿Acaso crees que el divorcio express, la separación sin obstáculos, el saber que todos los compromisos se pueden deshacer en cualquier momento hace más felices a los seres humanos? ¿Estás seguro que todas las madres que han tenido que asumir solas la maternidad son más felices por eso? ¿Piensas de verdad que la posibilidad de abortar con tanta facilidad como se da en muchos países occidentales proporciona a las mujeres, y a los varones, una vida más plena y satisfactoria? De hecho, se trata más bien de fracasos humanos, y sin embargo nuestras sociedades tienden a identificar este tipo de cambios con la felicidad, con el progreso, con lo «natural».
En cuanto a España, ese mismo divorcio express nos ha situado a la cabeza de los países occidentales en cuanto al número de familias rotas. Por supuesto que es imposible evaluar cuántas separaciones están propiciadas por esa ley, aunque han aumentado considerablemente desde que entró en vigor. Pero ¿te crees que hay algún motivo de orgullo en encabezar ese ranking? (...)
En el fondo, entre naturaleza y sociedad se establece un vínculo que no podemos romper. La familia está basada en la naturaleza biológica del hombre, y la sociedad está basada en la familia. No se trata de un asunto de «derechos» individuales, sino del propio futuro de la sociedad. En España, los hospitales públicos no podrían funcionar si no fuera porque muchas familias no dejan a los enfermos solos ni un solo momento. Les acompañan y les ayudan a levantarse, a comer, a todo lo que sea necesario. La realidad es que sin las familias, las que se sacrifican por los padres, por un hijo o por un hermano en apuros, el sistema sanitario público estaría colapsado.
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Y una última pregunta. ¿Por qué acudes a tu familia? ¿Es por puro instinto biológico? ¿O porque eres consciente de todo lo que tu familia ha invertido en ti y sabes que estás en deuda permanente con ellos? ¿No será también porque es tu familia la que te enseñó antes que nadie lo que es la confianza, la lealtad, el compromiso a largo plazo? ¿Y porque lo que así se te ha inculcado es tu propia dignidad como persona? (...) Así es como la familia forma seres adultos, responsables de sus propios actos. Y por lo que me dices, Santiago, veo que tu familia cumplió. Puedes estar orgulloso de ella.
- Título: Cartas a un joven español
- Autor: José María Aznar
- Editorial: Planeta
- Páginas: 200
- Precio: 22 euros
- Fecha de publicación: 23 de octubre