- El placer de tatuarse
- ABC, 2007-04-06 # Amador Griñó
Fue seguramente acompañando el nacimiento de la conciencia que surgió el uso del tatuaje y la pintura corporal. No hace mucho Ötzi, el hombre de la época de las glaciaciones encontrado en los Alpes, nos maravilló a todos con sus cincuenta marcas de tatuajes, sus adornos, y la perfecta conservación de todo el equipo, vestuario incluido, que portaba.
Al colocar marcas de distinción sobre el cuerpecito pelón, frágil y llorón del bebé humano estamos celebrando una ceremonia que lo redime de su simple animalidad irracional y a la postre lo asimila en su cultura específica; de este modo un collar de cuentas, un dibujo pintado, un tatuaje, se convierten en los signos externos de ritos humanizadores.
Desde muy antiguo se conocen estas marcas corporales intencionadas, y cuyo uso ha formado parte importante de los grandes rituales de pasaje en casi todas las sociedades primitivas y civilizaciones antiguas, especialmente en las orientales. Tanto egipcios como persas, escitas, galos o germanos, se tatuaban, pero no los griegos y romanos, que en general, consideraban el tatuaje cosa de bárbaros o de clase inferior y agresiones a la mejor obra de la naturaleza, el cuerpo humano. Actualmente, el bautizo, el matrimonio, la primera comunión, etc. son algunos de los grandes ritos de pasaje. Son la síntesis o los vestigios de las grandes ceremonias antiguas, donde el agua, el aceite crismal o la bendición del sacerdote substituyen a los tatuajes sobre la piel, mas la función subsiste, y según la Iglesia católica estos ritos dejarán una impronta imborrable sobre el espíritu, algo así como tatuajes sobre nuestra alma.
La aprensión que los greco-romanos sentían a marcar el cuerpo no fue impedimento para que gustaran de realzar su belleza mediante cualquier otro medio no permanente como los cosméticos, pelucas, joyas y afeites; se «arreglaban» tanto, que Ovidio urge a las jovencitas a que realcen su belleza con cosméticos, y no con conjuros mágicos, apremiándolas encarecidamente a ganar en esta carrera ...visto que vuestra época tiene unos hombres tan bien arreglados. Vuestros maridos se han apoderado de las costumbres femeninas (la queja eterna) que con bastante trabajo puede una mujer añadir algo a su lujo... Respetuosos y admiradores del cuerpo, consideraban incluso que sacrificar el prepucio, como hacían los egipcios, era una mutilación antiestética.
Sin embargo, esclavos, marineros, gladiadores y soldados, lucían tatuajes, pero no la aristocracia y la sociedad civil bien acomodada, por lo que supongo que cuando el príncipe Anacarsis, considerado uno de los siete sabios de la antigüedad, visitó a su colega Solón, tatuado hasta las cejas como el resto de los escitas, debió de causar una gran impresión y sorpresa entre los atenienses.
Recientemente estamos asistiendo a una popularización y auge del tatuaje fuera de las connotaciones soldadescas y patibularias, extendiéndose como un elemento de fina y atrevida elección decorativa corporal. Parece ser que toda una mística especial envuelve el asunto, aparentemente el portador del tatuaje es más duro, más hombre, y a pesar de que estos tatuajes tan refinados, costosos y muchas veces dolorosos no están asociados a la marginalidad, a la magia, a la pertenencia a bandas urbanas, o sectas orientalistas, quien lo lleva da pie a entender toda una serie de matices ambiguos y canallas que, de una forma u otra, excitan el deseo sexual. Edward Lucie-Smith opina que el tatuaje permite a los portadores atraer las miradas masculinas sin poner en entredicho su virilidad, captar la atención no sólo hacia el cuerpo en general, sino también hacia zonas específicamente sexuales, a la vez que, dichos tatuajes resaltan características que refuerzan el aura de masculinidad: anchos pectorales o grandes bíceps, sugieren que el portador es alguien que ha superado alguna prueba o rito de iniciación, y finalmente, insinúan a través de la comparación con el marginal o el presidiario, que quien lo lleva está dispuesto a desafiar las normas que la sociedad pretende imponer.
Es evidente que quien se tatúa no tiene por qué ser gay ni pertenecer al yakuza japonés, apenas me limito a indicar que esta moda está utilizando, sin duda, caminos similares a los que la moda del body building, iniciada en los Estados Unidos al final de los años setenta, usó para popularizarse y extenderse. Fueron los gay los primeros en exhibir hermosos cuerpos, los primeros en imitar a aquellos modelos míticos del fotógrafo Bruce Weber, a los anuncios de Calvin Klein, o de Gianni Versace. Se creó un prototipo hipermasculino y musculado inmortalizado en los cómics de Tom de Finlandia.
Todo gay que quisiera estar a la última dedicaba horas a trabajar el cuerpo en el gimnasio. Los bigotes, camisas de leñador, pantalones vaqueros y botas de montañero se convirtieron en uniforme. El objetivo de cualquier homosexual que se preciase era tener pinta de duro, de macho. Tal vez se eligió este tipo de comportamiento como arma defensiva frente a una sociedad tan peligrosamente calvinista y conservadora como la estadounidense, recordemos que en algunos estados, la existencia de una legislación tan restrictiva en el ámbito sexual posibilita que no se permitan ciertas prácticas eróticas ni siquiera entre parejas heterosexuales. Seguramente fue un acto de autodefensa, quizás; sólo digo que fueron los primeros.