- Polonia
- El País, 2007-07-09 # Eduardo Mendoza
Quien conoce la triste historia de Polonia en los últimos siglos no reprochará a esta sufrida nación que hoy quiera convertirse en la petarda de Europa. Factores para llevar a cabo tan noble propósito no le faltan. El primero, por desgracia, es un macabro depósito de horrores del nazismo, cuya sola mención provoca en todo el mundo una identificación automática, a menudo más autocomplaciente que sincera. El segundo es una coyuntura europea tan bien trabada política y económicamente, al menos por ahora, que impide que cualquier excentricidad rebase los límites de lo previsto y vuelve anecdóticas las promesas más fantásticas y las amenazas más feroces, puesto que, en la práctica, las unas y las otras quedan eximidas de cumplimiento.
Sobre estos cimientos y capitaneada por un presidente y un primer ministro que parecen salidos de una ilustración infantil o de una tira cómica, Polonia se ha lanzado a una revolución cultural que tiene algo de purga estalinista, algo de fatwa islámica, y algo de la verbena de
En el contexto que antes he descrito, los hechos pueden ser graves, pero no sus resultados: nada hace temer que tengan consecuencias o que duren mucho, y el que a estas alturas de la globalización alguien pretenda borrar del mapa a Conrad o a Kafka mueve más a risa que a indignación. Otra cosa, por supuesto, es lo que piensen los polacos de este atropello a su libertad y a su dignidad individual, pero en rigor jurídico, este asunto hoy por hoy no nos concierne. Si el fenómeno merece nuestra atención es sólo para ver cómo funcionan a veces estas cosas y, si procede, tomar debida nota.
No comments:
Post a Comment