2007/04/01

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  • Los fuegos que no acabaron con la Hiniesta
  • ABC, 2007-04-01 # José Manuel de la Linde

Aquellas llamas que se desataron hace 75 años fueron capaces de destruir un templo y lo que había dentro. Se quemaron las tres imágenes de la Hermandad de la Hiniesta, pero nunca la devoción de un barrio a la Virgen. Las crónicas de la época aclaran que ocurrió poco después de la una de la madrugada. La llamada insistente a la campanilla por donde se avisa para recibir los sacramentos alerta al sacristán de la tragedia. Manuel Castro García y su mujer tienen tiempo para sacar a sus tres hijos de la casa, contigua a la iglesia, y poco después regresan para intentar apagar las llamas. El fuego y el intenso humo les impide entrar en el templo, aunque junto con el párroco, Ismael Delgado Rascón, consiguen salvar parte del archivo. Los bomberos son interceptados y detenidos en distintas ocasiones por grupos de incontrolados que intentan retrasar su llegada. La última en la misma Ronda de Capuchinos, donde hoy se levanta la gasolinera. Cuando logran alcanzar el templo se dan cuenta de que las bocas de riego están obstruidas. Testigo de la tragedia fue el por entonces niño Rafael García de la Borbolla, histórico de la Hermandad. «yo tenía entre siete u ocho años... me llevé un disgusto tremendo cuando mi padre me llamó para decírmelo».


Juan Carrero lo relata así en sus anales: «cuando en tiempos de la República pasaba la nación por momentos de gran inseguridad, y cuando en la tarde anterior el párroco de San Julián había tomado de dichos a dos parejas de novios y se comentaba en las casas del barrio la oscuridad de las calles, ya que no se encendía el alumbrado público, vieron éstos como salían las llamas por encima del tejado de la parroquia».


Intervención saboteada
Los bomberos trabajan durante toda la noche. Cuando el humo y las altas temperaturas que adquiere el edificio permiten entrar, se encuentra la imagen de la Virgen de la Hiniesta, imagen gótica traída por Mosen Per de Tous, en el siglo XIV, reducida a carbón. Con ella, el Cristo de la Buena Muerte que coronaba el retablo de Felipe de Ribas y una de las más bellas dolorosas que han existido: la Virgen de la Hiniesta, que muchos atribuían a Martínez Montañés y otros a Alonso Cano. Las imágenes calcinadas se trasladan al vecino asilo de San Cayetano. De entre todo, se consigue salvar una Inmaculada de Alonso Cano, único testigo vivo de todo lo ocurrido.


La iglesia es un cúmulo de cenizas, vigas caídas y muros desplomados. Un destacamento de la policía vigila las ruinas para evitar expolios.


Las primeras investigaciones dejan entrever algunos detalles del incendio: los bomberos son increpados; las farolas de la calle están sospechosamente apagadas cuando se declaran las llamas y la rapidez con la que se propaga el fuego hace pensar que pudo ser intencionado. El incidente llega hasta Madrid, una vez que el gobernador civil en funciones asegura que las llamas se originan por un cortocircuito, el presidente de la República, Manuel Azaña, defiende esta teoría en los pasillos del congreso.


¿Dos chivos expiatorios?
Se hace pública la detención de dos personas: Rafael García Aguilar y Antonio Lagares Vinot, de 17 y 18 años de edad. Son vecinos del barrio de San Julián y con antecedentes por hurto. Estos dos jóvenes, homosexuales, son conocidos por los sobrenombres de la Pinocha y la Bizca, respectivamente. Una voz los acusó en el barrio y fueron detenidos. El primo de Antonio Lagares, Manuel Calahuche, defiende su inocencia «todo el tiempo estaba pegado a nosotros. Siempre en la iglesia. Cuando vieron que iban a por él se tuvo que tragar unos pocos meses de cárcel. Los que lo señalan buscaron venganza. Él sabía quién lo había hecho, pero nunca lo dijo. Temía represalias».


Periódicos de la época los retratan como dos incendiarios dementes que habían intentado quemar en anteriores ocasiones otros templos, como el de los Capuchinos o San Gil.


El juicio
Habría que esperar más de dos años para que se celebrase, en julio de 1934. Los dos detenidos aseguran que confesaron los hechos bajo amenazas. Es el propio párroco, quien en tantas ocasiones vio por el templo a Lagares Vinot, quien acude a declarar en su defensa. Los dos salen absueltos por falta de pruebas. Hasta su muerte, Antonio Lagares trabaja en una sastrería de Madrid. Su propietario Manuel Herbás, que lo conoció de cerca nunca le oyó hablar de aquel episodio oscuro que le dejó marcado. «Nunca me comentó nada de los ocurrido en San Julián y era una persona que nunca tuvo problemas con ningún cliente. En su cartera tenía los contactos de los más distinguidos». Su primo, Manuel Calahuche cree que «se llevó el secreto consigo con su muerte».


Lagares Vinot regresó a Sevilla en contadas ocasiones. Falleció en Madrid, víctima del síndrome tóxico de la colza, a principios de los 80.


Verdaderos responsables
El hermano de la Hiniesta Rafael García de la Borbolla apuesta por otra hipótesis. «Durante la Guerra Civil un soldado republicano confiesa a otro del bando nacional de nombre Domingo Márquez que durante el congreso fundacional del PCE en Sevilla fueron a buscarle unos rusos para que prendiera fuego a la iglesia». Domingo Márquez se ordenaría después sacerdote e, ironías del destino, acabó de párroco en San Julián.


Restos conservados
Los restos del Señor de la Buena Muerte y de la Virgen gótica se conservan en el actual camarín de la Hiniesta, pero nada se sabe de aquella imagen de la Dolorosa que unos atribuían a Alonso Cano y otros a Montañés. Desapareció por completo tras arder dos veces «cuando se llevó a San Marcos, muy tostada, -comenta García de la Borbolla- se situó en la sacristía con dos velitas. Benlliure dijo que se le ponía mascarilla nueva y se recuperaba pero con el incendio de este templo desapareció por completo». El único trozo de la imagen que conserva la hermandad le llega por una vía inesperada.


El policía Manuel Martín Díaz fue uno de los encargados de custodiar el templo de San Julián aquella fatídica mañana del 8 de abril, mientras los bomberos apagaban las últimas brasas. Según su declaración se hizo con un trozo de la cara que le acompañó durante el resto de su vida. Tras su muerte, la familia lo entrega a la hermandad y actualmente figura cada Domingo de Ramos, en un relicario, a los pies de la Dolorosa.


Romero Murube dio al suceso el halo de misterio y leyenda con sus escritos. Se convirtió en el mejor cronista de lo ocurrido «...y vimos cómo en el fondo de su capilla, adonde no se podía llegar porque un bosque de fuego lo impedía, la Virgen de la Hiniesta sucumbía, abrasada, lamida por un haz de llamas, entres chispas, humo y cascotes. No se podía hacer nada. La Virgen de la Hiniesta se consumió en el incendio como una rosa caída en el cráter de un volcán».


Han transcurrido desde entonces tres cuartos de siglo, pero este desgraciado suceso conmueve de nuevo. La madera es otra. Otras las manos que la tallaron, pero la devoción sigue viva. La única llama posible esla del amor hacia la Hiniesta Sublime.

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