2007/03/24

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  • Polonia y el surrealismo
  • El País, 2007-03-24 # Pilar Rahola

Dudaba. Pero después de una semana de insultos, ataques furibundos, petición de conflicto diplomático y hasta alguna amenaza, resolví que era necesario este segundo artículo. Para matizar lo que no hubiera sido entendido. Para poner finura al trazo grueso que pude dibujar. Y para ratificarme en los aspectos más críticos de mi análisis de la semana pasada. De manera que no sé si este artículo me dejará en paz con Polonia, pero dejará en paz mi conciencia. Por cierto, suerte que vivo en una democracia que entiende, seriamente, lo que es la libertad de expresión, porque si por un humilde artículo mío, el Gobierno polaco quiere montar un conflicto diplomático, ¿qué tendría que hacer el Gobierno español, con la cantidad de insultos que ha recibido España, en estos días, en prensa diversa? Me dicen, por ejemplo, que los artículos antiespañoles -mentando incluso a Isabel la Católica- de diarios como Rzeczpospolita, han sido de antología. Pero, por suerte, y a diferencia del Gobierno polaco, el español no se dedica a practicar la caza de brujas contra el periodismo. Ni tan sólo contra el periodismo soez. Sin ánimo, pues, de atizar ninguna polémica -que personalmente no me resulta grata-, pero con la voluntad de afinar en lo posible los aspectos más sensibles del debate, asumo la responsabilidad de volver a hablar de Polonia. Lo hago con esta previa, nacida de la más radical honestidad. Si, a pesar de mi falta de voluntad para ello, hubiere ofendido a gente honesta, democrática y luchadora de las libertades de Polonia, a ellos, y sólo a ellos, les ofrezco mis disculpas. A los que defienden la homofobia, el antisemitismo, la persecución de ciudadanos por sus credos, a los que combaten las teoría de Darwin y quieren reducir los derechos civiles, a éstos ninguna disculpa. Sólo mi desprecio.


Vayamos por partes, para empezar con la más delicada: el antisemitismo. Releído con atención, mi artículo pudo aparentar una simpleza que no está en mi pensamiento: que Polonia era culpable del Holocausto. He escrito tanto sobre ello, que quizá consideré sobreentendido lo que, sin duda, no se entendió, y éste es un punto serio. No. No sólo conozco la importancia de la resistencia polaca -y de su sufrimiento-, sino que la he citado en más de una ocasión. También tengo clara la responsabilidad unívoca de los nazis en el asesinato masivo de judíos. Lo que quise decir, y sostengo, es que el antisemitismo cristiano de siglos fue clave en la creación de un estigma judeofobo que, al final del camino, desembocó en Auschwitz. Es decir, que no se puede entender el antisemitismo nazi si previamente no analizamos críticamente el antisemitismo cristiano de siglos. Un antisemitismo que empezó a mostrarse, ciertamente, en la España medieval, y que contaminó la historia de Europa. El antisemitismo cristiano polaco formó parte de esta contaminación, en algunos momentos, de forma muy relevante. A partir de aquí, por supuesto, hubo de todo: polacos víctimas -entre ellos los polacos judíos-, polacos resistentes y grandes luchadores, y polacos colaboracionistas. Pero recordar la lucha polaca contra los nazis no invalida el fuerte antisemitismo polaco que aún recuerdan, con dolor, muchos supervivientes de la Shoá. Y que explica la tragedia del pogromo de Kielce. Si eso es el pasado, la preocupación por un creciente antisemitismo actual, incluso referenciado en el informe del Parlamento Europeo sobre xenofobia, es el presente. En Polonia está resurgiendo el antisemitismo, a pesar de que casi no viven judíos. Me remito a los estudios oficiales, a la preocupación del Vaticano por las soflamas enloquecidas de Radio María, al antisemitismo desaforado de Tadeuz Rydzyk, a los discursos de algunos líderes de la Liga de las Familias Polacas (hoy en el Gobierno), e incluso a la encuesta que, en su momento, hizo el American Jewish Committee. Polonia preocupa respecto a esta cuestión. Lamentablemente, no es una opinión, es un dato.


Sobre antisemitismo esto es lo que quería decir, tanto en el anterior artículo como en el actual. Si se entendió mal, sólo es mi culpa. Si se manipuló, es culpa ajena. Pero había mucho más, y sorprendentemente ello no ha inquietado ni a las autoridades polacas, ni a los ruidosos críticos que me han surgido. Lamentablemente, el problema de la Polonia actual no es esta humilde escribiente, incluso con sus errores, por mucho que me cuelguen en la plaza pública. Su problema es la imagen que proyecta un Gobierno que amenaza con perseguir a homosexuales, que abiertamente se muestra homófoba, que quiere poner bajo sospecha a miles de ciudadanos, que ha sido amonestada por la Unión Europea, tanto en cuestiones civiles como medioambientales, y que permite la libre apología de ideas de extrema derecha. Por supuesto, en Polonia existen opositores a esta locura, masa crítica, periodistas, intelectuales, sin duda. Pero ¿quién secuestra la imagen de un país, sino su Gobierno oficial? Y ese Gobierno muestra, respecto a los derechos humanos, su peor cara. Polonia, estimados polacos, preocupa.


Finalmente, lamento los desencuentros, especialmente con la gente a la que respeto. Uno no siempre es celoso con la sensibilidad ajena, y no tengo duda de que mi artículo pecó de brocha gruesa en algún tema histórico. No fue la intención, pero fue mi culpa. Sin embargo, dudo que ello justifique el antiespañolismo desaforado de algunos artículos, las proclamas ultranacionalistas y los insultos antisemitas que aún recibo en mi web. Si parte de tanta energía la dedicaran ustedes al pensamiento crítico con su propio país, quizá todo iría mejor. La caza de brujas ya no existe en Europa, aunque no se hayan enterado en Radio María.

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