2007/06/28

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  • Liberad a Tinki-Winky
  • «Los textos de Educación para la Ciudadanía hablan del respeto a la diversidad y el rechazo del racismo, la xenofobia o la homofobia, la igualdad entre hombres y mujeres, y los derechos y deberes»
  • El Diario Vasco, 2007-06-28 # Alvaro Bermejo

Cuando a comienzos de los ochenta se decidió implantar en las escuelas públicas de EE UU la educación en valores se levantaron críticas muy violentas, y las opiniones más radicales no fueron precisamente las de los puritanos del Nuevo Siglo Americano. Dos diarios como el New York Times y el Washington Post argumentaron que se intentaba cargar a la escuela con un problema que las sociedades pluralistas eren incapaces de resolver. Veinte años después ya nadie cuestiona en América la necesidad de esa educación. Al contrario, un reciente estudio de la National Academy of Sciences recomienda que se potencien esta clase de enseñanzas en los planes de estudios, aun a costa de reducir las horas de otras asignaturas, como Lengua o Matemáticas, lo cual es mucho decir.


Desde esta perspectiva y habida cuenta que en los quince países europeos más avanzados la Educación para la Ciudadanía es una asignatura ya en curso, sorprende y desconcierta que la Conferencia Episcopal española haya reaccionado tan airadamente contra la decisión de implantarla en nuestro país a partir del próximo curso, tal como dicta la Ley Orgánica de Educación. Afirmar que esta asignatura atenta contra los derechos individuales y llamar a usar «todos los medios legítimos» contra ella, implica tres excesos a cada cual más desproporcionado. De entrada, invita a los padres a perpetrar un acto de desobediencia civil contra una Ley.


Como consecuencia, los alumnos puestos en rebeldía por sus padres se quedarán sin el título de graduado escolar. Y, en suma, tensará aun más las relaciones entre el Estado y la Iglesia, en un país no confesional donde ésta goza de un estatus privilegiado en todos los órdenes, incluido el docente.


Con el índice de la nueva asignatura sobre la mesa, no parece que sus contenidos impliquen una llamada a implantar en España un sucedáneo de la tenebrosa República de Saló. Los textos de Educación para la Ciudadanía hablan del respeto a la diversidad y el rechazo del racismo, la xenofobia o la homofobia, la igualdad entre hombres y mujeres, y los derechos y deberes de los ciudadanos. ¿Qué es lo que considera particularmente inadmisible la Conferencia Episcopal?


Parece ser que la mención de la homosexualidad entendida como una opción de «género», así como la normalización del divorcio y de los matrimonios de personas de distinto sexo, sólo suponen el detonante superficial de la cuestión de fondo, que sería esta: ¿Tiene derecho el Estado a fomentar un canon moral?


La pregunta se puede responder de dos maneras. La más moderna nos lleva de regreso al primer párrafo de este artículo. La más canónica sugiere releer el evangelio de Mateo, allá donde dice «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Pues tanto derecho tiene la Iglesia a impartir una asignatura de Religión que en los centros concertados y confesionales adquiera una dimensión catequista, como el Estado a educar en valores laicos en orden a una ética cívica susceptible de construir una ciudadanía moralmente responsable, libre y activa.


El riesgo del «adoctrinamiento ideológico» que tan asombrosamente censura hoy la Conferencia Episcopal, lo conocemos bien todos cuantos padecimos aquella inefable asignatura de «Formación del Espíritu Nacional», muchas veces enhebrada a una enseñanza religiosa tan torpemente impartida que, más que católicos ilustrados, formaba agnósticos vitalicios. Sin embargo, así como una buena enseñanza cívica no es incompatible con una buena enseñanza religiosa, no hay por qué entender lo laico como el anverso de lo trascendente, como si fueran términos opuestos y hasta contradictorios.


Desde una mirada laica la mayor aportación de Cristo al mundo es la construcción de una ética poderosa, tan razonada como la kantiana y tan hondamente social que hasta pasaría por marxista, de no estar sustentada por un principio trascendente absoluto. Con todo, la semilla más radicalmente moderna de la palabra de Cristo va por otro camino. Así como los doctos fariseos de la vieja Ley hebraica, Mahoma saturó el Corán con un sinfín de preceptos políticos, normas penales y hasta leyes civiles. Cristo, por el contrario, se abstuvo de toda ambición doctrinal en los ámbitos político y civil, centró su prédica en las relación del hombre con Dios y en las relaciones de los hombres entre sí. Y de la misma manera que caminó siempre junto a los desclasados, los rechazados, los malditos por la moral vigente, sólo alzó su mano para defender a la mujer adúltera frente a los sacerdotes que se disponían a lapidarla.


La condena eclesial del matrimonio homosexual, o el rechazo a las nuevas formas de familia derivadas o no de éste, ¿son nuevas formas de lapidación moral? Y, si no lo son, ¿qué más conveniente que fomentar una reflexión ética desde la escuela de manera que los niños, además de los «qués», conozcan los «porqués» sobre los que se han fundado las diversas teorías éticas, incluida la católica?


No se aprende a ser un buen ciudadano memorizando decálogos morales o catecismos religiosos. Ni es de recibo pretender educar emociones y sentimientos sin aducir las razones por las que se considera que ciertos valores y conductas son superiores a otros. Educar a una ciudadanía activa supone pertrechar a los alumnos de criterios, pero sobre todo, ayudarles a reflexionar sobre las propuestas de felicidad y el sentido de cualquier diálogo en condiciones de humanidad, de manera que nuestros niños adquieran hábitos de compasión, respeto, justicia y responsabilidad social que, por otra parte, son absolutamente compatibles con la esencia del cristianismo.


Suplantar esa apertura a la conciencia por cualquier forma de adoctrinamiento es una tentación que daña tanto a las religiones como a los Estados que intentan imponerlas. Y cuando se abre esa brecha no es necesario acudir a la escuela ni a la iglesia para observar las consecuencias. Se empieza adaptando los cuentos tradicionales a la corrección política, y se termina acusando al teletubbie Tinki-Winky de corrupción de menores, como está sucediendo en la Polonia de los lúgubres gemelos Kaczinsky.


Así como nadie nace demócrata, sino que nos hacemos demócratas ejerciendo los valores propios de la convivencia democrática, forjar un generación de ciudadanos hechos y derechos presupone asumir los valores de lo distinto y el respeto al diferente, valorar el pluralismo en todas sus formas, educar tanto en la responsabilidad como en la solidaridad y, sobremanera, más que dictar excomuniones, ayudar a saber perdonar y a pedir perdón derrochando generosidad, que es una virtud al mismo tiempo laica y religiosa.


Un precursor de la ética cristiana, el sabio Platón, condensó todo esto en una frase: «lo que quieras para tu ciudad, ponlo en la escuela». Todavía estamos aprendiendo a hacerlo y nos queda mucho por delante. Pues, no lo olvidemos, la educación es una asignatura para toda la vida.

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