2007/03/14

> Erreportajea: Eliza > VATICANO: BENEDICTO XVI LLAMA A LOS OBISPOS A LA LUCHA IDEOLOGICA

  • El Papa llama a los obispos a la lucha ideológica
  • Benedicto XVI exige activismo para que la Iglesia recupere el protagonismo perdido en Europa
  • El País, 2007-03-14 # Enric González · Roma

El papa Benedicto XVI exige activismo y ortodoxia a los obispos, a los políticos católicos y a los creyentes de a pie. Ciertas cuestiones, dice, "no son negociables". Y las enumera: "La defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos". Los políticos católicos están obligados a oponerse a las leyes que no se ajusten a su doctrina religiosa, y los obispos están obligados a exigírselo "constantemente". Benedicto XVI confirmó ayer, con un importante documento, su ánimo combativo y su voluntad de situar a la Iglesia en el centro del debate público y de recuperar un protagonismo perdido en Europa hace décadas.


El último sínodo de los obispos, la más trascendental de las asambleas católicas "regulares" (los concilios son algo muy excepcional), se celebró en Roma en octubre de 2005. Fue el último sínodo presidido por Juan Pablo II. Las aportaciones de 256 obispos de todo el mundo se "destilaron" durante año y medio y fueron publicadas ayer en una exhortación papal titulada Sacramentum Caritatis (El sacramento de la caridad). Eran 131 páginas que suponían un trabajo colectivo, pero reflejaban claramente la personalidad y los objetivos del pontificado de Benedicto XVI, menos místico que el de su antecesor Juan Pablo II. El nuevo Papa es más filosófico y, en ese sentido, más "político".


La eucaristía constituye el eje central del texto, que se extiende a numerosas cuestiones doctrinales, pastorales y litúrgicas. Llama la atención, sin embargo, el énfasis en cuestiones políticas de relevancia muy europea. La distinción de facto entre la conciencia privada y las cuestiones públicas, que tras el Concilio Vaticano II permitió que numerosos países de la esfera católica legislaran sobre divorcio y aborto, es considerada incoherente por el Vaticano. El culto a Dios, dice el Papa, "nunca es un acto meramente privado: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe".


Ése es un mensaje dirigido directamente a la clase política italiana, que discute sobre la posible regularización de las parejas de hecho, y a los parlamentos de los países socialmente más permisivos. Como España. No hay ninguna novedad doctrinal, pero es nuevo el tono. Los términos utilizados por el Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, para condenar una manifestación realizada el sábado en Roma a favor de la ley de las parejas de hecho, son una prueba adicional de la virulencia con la que la actual Administración católica se propone librar las batallas que considera irrenunciables. El diario vaticano habló de "discutible mascarada", "exhibición histérica" y "carnavalada". Son palabras más propias de la prensa popular que del órgano oficial del catolicismo.


Lo que más irritó al Vaticano fue la visible presencia de homosexuales en la manifestación. El editorialista del Osservatore consideró que esa presencia probaba que cualquier ley sobre parejas al margen del matrimonio canónico era, en realidad, un punto de partida para los matrimonios homosexuales. El cardenal Angelo Scola, a quien correspondió presentar ayer la exhortación papal, se esforzó en asegurar que no existía en la Iglesia "ninguna fobia contra los homosexuales". Y subrayó que las continuas declaraciones de los obispos en contra del proyecto italiano sobre parejas de hecho no constituían "una injerencia política", sino "una obligación magisterial".


La exhortación Sacramentum Caritatis se ajusta al espíritu programático del pontificado. El Papa considera que décadas de laxitud católica han permitido la promulgación de leyes "socialmente corrosivas", y exige un cierre de filas. Quiere que la Iglesia no se defina por el número de fieles más o menos teóricos, sino por la calidad, concienciación y activismo de los mismos. Para él, el catolicismo debe reflejarse de la misma forma en el silencio de la reflexión previa a la eucaristía y en el fragor de los debates públicos. El término "innegociable", aplicado a cuestiones como el aborto, la eutanasia, el divorcio, las uniones homosexuales o la enseñanza católica, resulta significativo.


El cierre de filas va unido a un cierto repliegue hacia valores preconciliares, como la misa en latín y el canto gregoriano, preferibles, según la exhortación, a las misas en lengua local y a los acompañamientos musicales más o menos modernos. El recordatorio de que los católicos divorciados y casados de nuevo no pueden recibir la eucaristía, y deben esforzarse en compensar su situación irregular con "penitencias y obras de caridad", complementa un cuadro a la vez regresivo y, en un sentido político, "revolucionario".


  • Análisis: Contra el "pluralismo ético"
  • El País, 2007-03-14 # E. G. · Roma

El teólogo Joseph Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI, fue uno de los cerebros del Concilio Vaticano II (1962-1965). Pero inmediatamente empezó a dudar sobre la oportunidad de aquella colosal iniciativa modernizadora. No porque fuera prematura, sino por lo contrario: porque supuso el ingreso de la Iglesia católica en la modernidad justamente en el momento en que el mundo se aprestaba, con los acontecimientos de 1968, a intuir los primeros destellos de la posmodernidad. Y la posmodernidad, impregnada de pesimismo, de duda, de pensamiento débil, parece más necesitada de la vieja Iglesia, la del dogma y las certezas envueltas en misterio, que de la Iglesia abierta posconciliar.


Ésa es una paradoja resaltada, con cierta dosis de ironía, por filósofos de la posmodernidad como Gianni Vattimo. El propio Ratzinger, muy afectado por las revueltas de 1968 y por el terrorismo alemán de los años 70, está convencido de que la fuerza del catolicismo no radica en el diálogo ni en la tolerancia, sino en la convicción. En una época de incertidumbres, arruinados o muy erosionados los credos materialistas que marcaron el siglo XX (la fe en la historia como proceso lineal y en la ciencia como instrumento de liberación), algunas interpretaciones del Vaticano II, tendentes a acercar la Iglesia a la cambiante realidad contemporánea, pueden ser vistas como un peligroso anacronismo. Ésa es la opinión de Benedicto XVI, para quien lo antiguo y lo posmoderno encajan mejor entre sí que con la modernidad.


Ratzinger no puede cancelar el Concilio, ni probablemente aspira a hacerlo. Sí quiere acabar con la impresión de que la Iglesia católica está en un proceso de reforma permanente. Da por buenos algunos principios consagrados por el Vaticano II, como el respeto al pluralismo político y la laicidad del Estado. Para el Papa, sin embargo, el "pluralismo político" no equivale al "pluralismo ético", para el que todas las posiciones morales son igualmente lícitas y justificables por criterios de utilidad. La Iglesia de Ratzinger se ha apropiado del llamado Derecho natural, que a veces considera casi como una traslación de sus propios principios doctrinales, y ha establecido ahí su línea de resistencia al "pluralismo ético", expresión menos imprecisa que "laicismo". Cuando se opone a leyes que, en su opinión, erosionan la familia tradicional, la Iglesia no dice defender sus propias creencias, sino el "bien común".


El endurecimiento estratégico y la parcial regresión impulsados por Benedicto XVI cuentan con un cierto respaldo factual: la aplicación del Vaticano II no ha incrementado el número de fieles practicantes en Europa, sino al contrario; y no ha reducido la sensación de distancia entre la Iglesia y la realidad, sino al contrario. Un amplio sector de la sociedad sigue pidiendo cambios a la Iglesia. Benedicto XVI considera que ha llegado el momento de invertir los términos de la ecuación: según él, debe ser la Iglesia eterna, inmutable, la que exija cambios a la sociedad.

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