2007/01/24

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  • Cuestionar la rigidez moral
  • Huelva Información, 2007-01-24 # Juan A. Estrada · Catedrático de la Universidad de Granada

EL simple hecho de que, por encargo de Benedicto XVI, una comisión estudie la posibilidad de autorizar el uso del preservativo cuando uno de los cónyuges tiene el sida fue una buena noticia. Durante mucho tiempo se han mantenido posturas maximalistas, en que se antepuso la prohibición a cualquier autorización del preservativo. Cualquiera que se desviara de estas posturas era inmediatamente llamado al orden, acusándole de plegarse a la sociedad, de insumisión a la autoridad jerárquica, de desviacionismo doctrinal y de disidencia y falta de amor a la Iglesia. Había que preservar el carácter absoluto de una prohibición que se debía a una postura del Papa Pablo VI, contra el parecer mayoritario de la Comisión teológica que él mismo había convocado, y que luego fue reafirmada por Juan Pablo II. En realidad, el rigorismo moral contra cualquier uso de los preservativos remonta a una moral sexual anterior y el peso de la tradición fue una causa determinante para mantener el rechazo. No se quería admitir que la prohibición absoluta anterior fue un error, como otros fallos que ha tenido el magisterio papal en los dos últimos siglos en materia de derechos humanos y políticos.


Un amplio sector del catolicismo tiende a hacer infalible cualquier pronunciamiento papal y se resiste a reconocer cualquier equivocación. Cualquier disidencia, por mínima que sea, suscita un rechazo por la jerarquía que se apresura a acusar al encausado de falta de amor a la Iglesia. El hecho de que esto haya ocurrido con muchos de los mejores teólogos del siglo XX, y que luego se viera que éstos tenían más razón que sus acusadores, no ha hecho variar la postura oficial, a pesar del desprestigio que acarrea a la autoridad y del autoritarismo eclesial que conlleva. Hay resistencia a aprender de la historia, y el resultado es el desprestigio social creciente, tanto mayor cuanto más se tiende a sacralizar la autoridad jerárquica. El simple hecho de que se convoque una comisión para estudiar el problema desmiente el maximalismo de los que daban por zanjado el asunto, incluso algunos defendieron el carácter infalible de la Humanae Vitae. Desde hace tiempo un amplio sector del catolicismo exige que se revise esta postura. En situaciones como la del sida, incluso desde una postura tradicional, habría que optar por el mal menor. Sin embargo, para una gran cantidad de católicos el problema está resuelto desde hace mucho tiempo. Sencillamente anteponen su propia opción de conciencia a la prohibición y utilizan métodos anticonceptivos en desacuerdo con la postura papal. La Humanae Vitae que los prohibió no ha sido recibida por la mayoría de los católicos y todas las estadísticas muestran que se ha producido una no recepción masiva del documento pontificio.La buena noticia de que se procede a una reevaluación no debe, sin embargo, hacernos olvidar problemas que siguen pendientes. La moral sexual católica es rígida, maximalista y, en buena parte, basada en una concepción del hombre y de la sexualidad que se ha quedado obsoleta. Las ciencias humanas y la antropología exigen un replanteamiento de la moral que no se ha dado en la Iglesia oficial, aunque sí son sensibles a ella muchos teólogos, especialistas y demás cristianos, clérigos y laicos. La Iglesia católica se ha convertido en una institución moralista, con planteamientos rígidos que no logran convencer ni siquiera a muchos católicos.


Y los problemas se amontonan: la mujer en la Iglesia, católicos divorciados y vueltos a casar, la ley del celibato en el clero de rito latino, la disociación de sexualidad y procreación...A esto se añade el clericalismo, que no asume la autonomía de los laicos, su mayor capacidad para los asuntos seculares (LG 31) y la necesidad de que expresen su opinión sobre los asuntos de la Iglesia (LG 37). Se mantiene el esquema de que los clérigos deciden y los laicos ejecutan sus enseñanzas, aunque en cuestiones como la moral sexual y matrimonial son los eclesiásticos los menos capacitados. Un cristianismo mayor de edad pasa por un laicado autónomo con capacidad de conciencia para evaluar y decidir por sí mismos, en lugar de depender totalmente de la jerarquía y de que ésta decida, sin dejar espacio a la libertad personal. Por eso, hubo conferencias episcopales que antepusieron la decisión responsable de los esposos a la mera prohibición, aunque el sector más tradicional lo rechazaba. Hay razones desde el Evangelio para oponerse al hedonismo y permisividad que imperan en la sociedad, pero frecuentemente se confunde el valor contracultural del cristianismo con el mantenimiento de posturas rígidas y autoritarismos eclesiales, que son hoy un lastre para los ciudadanos y para los católicos.

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