- Bi, tri, trans
Los padres que protestan contra la asignatura de Educación para la ciudadanía no están en contra de que sus hijos sean mejores ciudadanos, más corteses, educados, respetuosos, tolerantes y amables. Tampoco parece que estén en contra de una mejor formación en los deberes cívicos o en los derechos fundamentales. Para qué engañarnos: aparte del tufo relativista que impregna la asignatura, hay un problema de fondo, que constituye el principal escollo. Me refiero a que la nueva materia pretende difundir una sofisticada doctrina, la del género, cuidadosamente articulada en centros de investigación estadounidenses. La teoría del género puede resumirse en una frase: «Mi cuerpo no determina mi identidad». De tal manera que, aunque tenga cuerpo de varón, mi identidad puede ser femenina y al revés. El sexo, por tanto, no es una realidad objetiva, sino cultural y construida, independiente de mi apariencia física. Se convierte en una mera opción, en algo que yo elijo, que no me es dado. Como consecuencia, caben hasta múltiples identidades sexuales diferentes (heterosexual, homosexual, bisexual, transexual, etc.), todas igualmente admisibles. La cosa es mucho más complicada, claro. Y aunque contradiga las más elementales evidencias -¿cómo se explica, si no la natural atracción entre los sexos opuestos?, por ejemplo-, todo el mundo tiene derecho a equivocarse y a defenderlo, que es justo lo contrario de lo que los nuevos gobernantes impiden: si no piensas así eres homófobo y punto. Pero lo peor es que te suspenden si no lo aceptas intelectualmente o si demuestras con cualquier actitud que no lo compartes. Al final, resulta que pretenden enseñar tolerancia a base de intolerancia, además de saltarse a la torera el derecho de los padres a educar a los hijos según el ideal de felicidad en el que crean.
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