2007/12/04

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  • El griterío de ayer
  • El País, 2007-12-04 # Fernando Delgado

De toda España, sólo Madrid se quedó ayer sin silencio ni respeto por la víctima de ETA. ETA contemplaría, agradecida y cómplice, la comparecencia en Cibeles de una vieja España sacristana; al fin y al cabo, la banda también nació en las sacristías. Por lo demás, mientras al grito de maricón e hijo de puta, iban unos en busca del presidente Zapatero, su verdadero objetivo, otros ciudadanos volvían a guardar silencio por sus muertos y a gritar contra ETA, que es la que mata. Que Pedro Zerolo, concejal socialista de Madrid, se convirtiera ayer en blanco deseado de la kale borroka castiza que actuó en Cibeles, supongo que no obedecería a la sospecha por parte de sus integristas integrantes de que Zerolo pueda tener vinculación alguna con la banda terrorista.


Pero pudieron haberlo pensado: el grupillo de los 300 o 400 alborotadores de ayer suele contar con gente que pone a cualquiera a comer en la mesa de ETA y a correrse una juerga con los terroristas a poco que no les festejen un dislate.


Ahora bien, contra Zerolo no iban por proetarra, sino por maricón, por mucho que resulte de lo más extraño que la homofobia pueda más que el recuerdo de una víctima a quienes no viven para otra cosa que supuestamente para honrarlas. No deben extrañarse en consecuencia de que al abortar de modo tan abrupto el respetuoso silencio de homenaje, más cerca de ETA y de sus objetivos pudiera tenérseles que contra ETA y sus crímenes. Pero ya sé que es absurdo y contraproducente establecer cercanías entre ETA y, no digo cualquier demócrata, aunque de la condición democrática de los alborotadores de ayer haya más bien dudas, sino de cualquier ser vivo, y que eso nos llevaría a entrar en un tipo de demencia con obsesiones mercenarias, impropia de la gente de buena educación; pero si algo está claro es que el grito de maricón, maricón no iba dirigido a ETA, evidentemente, y que de haber elegido aquellos enfurecidos este insulto para vilipendiar a la banda siniestra, habrían dicho al menos maricona, respetando el género. Así que, las cosas como son: ayer, en Cibeles, entre los notorios alborotadores que le aguaron al alcalde el estreno de la fachada palaciega, había un objetivo primero que no pasaba por la banda terrorista, ni por el respeto al muerto que se recordaba, sino por otra manera de ver el mundo, a la que no deben ser ajenos los maricones; eso sí, con Zapatero al frente.


No pasa nada: la vieja España ha sacado de nuevo los estandartes de sus baúles de sacristía y al grito de maricón, maricón, por ejemplo, invade los escenarios de la vida pública. Pero, aunque debido a la presencia de Zerolo, lo de maricón les dio para mucho, y para desatar la pasión del forcejeo y la violencia que los mueve, lo de hijo de puta, que suena en labios de una víctima como una jaculatoria, les venía al pelo para expresar la finura. Ahora bien, si insistieron tanto en la palabra maricón, como un emblema, por algo sería. Y no invito a nadie a disuadirlos de que lo gay no tiene gran poder simbólico en el Gobierno de Zapatero, ni a que los lleven a una excursión del Inserso por el barrio de Chueca y propongan a alguna de sus figuras relevantes para un premio rosa, pero tampoco estaré en contra de que se manifiesten y expresen los valores de la extrema derecha que los anima, al grito de maricón, maricón por donde quiera que vayan y hasta en el Valle de los Caídos; a la sociedad democrática no la divide más la claridad de posiciones de los individuos o los grupos, sino el barullo y la confusión. Y no digamos nada la hipocresía. Yo no sé si los que ayer impusieron el ruido al silencio tienen partido político que los apoye de una manera, de otra o de muchas a la vez, pero he oído decir a Ángel Acebes, secretario general del PP, que él está de acuerdo con las víctimas, digan lo que digan. Allá él con los riesgos que corre, porque no sólo hay víctimas y víctimas, sino que incluso las mejores pueden tener sus fallos. Yo oí decir ayer cosas a una víctima que ningún demócrata podría suscribir, pero es verdad que si se lo cuento a Acebes me responderá que dónde le vi yo su carnet de víctima. Y me alegraría francamente que ninguno de los exaltados que vi y oí, y que presumían de ser víctimas, fueran otra cosa que impostores, porque de ser víctimas habrían enviado su dignidad a convivir con las ratas del metro y, si no lo eran, lo más probable, jugaban a la impostura de una sociedad cobarde de siniestra tradición.

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