2007/07/26

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  • El jueves, todos calvos
  • El Diario Vasco, 2007-07-26 # Alvaro Bermejo

E l Jueves, la revista satírica que se edita los miércoles, salió a la calle sin problemas. Un día después, el programa de Tele 5 Aquí hay tomate hizo de su portada el gran escándalo. Esa misma noche el juez de la Audiencia Nacional, Juan del Olmo, ordenaba su secuestro por un supuesto delito de injurias a la Corona considerado por la Fiscalía «objetivamente denigrante e infamante, y posiblemente delictivo». En cuestión de horas el semanario se agotaba en los quioscos y comenzaba a circular por internet a la velocidad de la luz. El sábado era ya noticia de primera página en miles de diarios nacionales e internacionales, así como la página más visitada en la web de la BBC.


Con su controvertida decisión, el juez del Olmo había elevado una viñeta de lo más zafia, destinada a ser ojeada por apenas unos miles de personas, en el gran suceso mediático global del pasado fin de semana. No tardó en abrirse una polémica paralela sobre la conveniencia o inconveniencia de su medida en un régimen de libertades, así como sobre los posibles efectos colaterales que se derivarían de ella, tanto para la publicación afectada como para la Casa del Rey.


Es importante subrayar dos factores esenciales. Pese a que en la Zarzuela hay un notorio malestar por el tratamiento que les depara esta revista satírica, no fue de allá de donde salió la denuncia, sino de Fiscalía. Y asimismo, habituados a parodiar a toda suerte de personas e instituciones, la dirección de El Jueves se mostraba «estupefacta» con el secuestro, pues su intención no era zaherir a los Príncipes de Asturias, sino ironizar sobre la reciente medida pronatalista del Gobierno Zapatero.


Dicho esto, el centro del debate se nos va a la periferia.


Es decir, está más cerca de las decisiones judiciales soberanas que de los soberanos mismos. E igualmente, más que a una publicación, afecta a un estado de opinión muy extendido en nuestra sociedad, donde ya nadie parece tener claro qué es ofensivo y qué no lo es, pues hemos sacralizado las libertades de expresión e información hasta un extremo tal que cualquier gañán puede insultar, no ya a los reyes, sino a tu propia madre, y verse aplaudido por una audiencia sin más criterio que el de la vigente subcultura del ocio. Y quienes dirigen ésta, hoy, no conocen otra ley que la de incrementar tiradas y puntos de share a costa de echar toneladas de basura tanto sobre los vivos como sobre los muertos.


Una forma objetiva de ponderar la libertad de expresión es que contribuya o no a la formación de una opinión pública libre. La viñeta de El Jueves, ¿informa, forma o más bien deforma? Hasta un ciego subrayaría sin vacilar la tercera posibilidad. A partir de ahí, ¿podemos extender la pregunta al conjunto de las «publicaciones divertidas» o de lo que entienden por entretenimiento la mayoría de las parrillas televisivas?


La conexión espontánea entre El Jueves y Aquí hay tomate resulta muy ilustrativa de lo que hace gracia en la España de hoy. Mofarse de todo lo humano y lo divino, establecer aberrantes juicios paralelos, despreciar los derechos elementales de los ciudadanos al honor o a la intimidad, fomentar la miseria moral o elevar al rango de líderes de opinión a difamadores natos, no tiene nada que ver con las libertades de expresión e información, tan a menudo utilizadas como coartadas por esta caterva de periodistas excrementales, cuyo único objetivo es ganar audiencia a costa de lo que sea.


Desde esa lógica perversa, es cierto que un secuestro como el dictado contra El Jueves les beneficia más de lo que pueda perjudicarles, pues los comedores de basura incrementan su voracidad cuando aquella se bendice con el prestigio de lo prohibido. Hubiera sido más eficaz denunciarla, sin llegar tan lejos, y evitando la polémica. No obstante, ¿dónde quedan las líneas rojas que separan lo tolerable de lo intolerable, la libertad de expresión de sus abusos, y la dignidad de cualquier ciudadano frente a la impunidad de quienes hacen del insulto, la vejación o la difamación, una descarada forma de lucro?


Un día nos despertamos con campañas publicitarias como la última del Getafe F.C., que hacen «mucha gracia» porque parodian la crucifixión de Cristo. Y al siguiente lo que vende son las niñas con pinta de putas de Armani. Ahora bien, así como hay un Instituto de la Mujer que vigila las exhibiciones sexistas, ¿por qué no hay también una instancia que vele por el respeto a las creencias cuando éstas son agredidas sin más intención que hacer caja a cuenta del escándalo?


Sucede algo semejante con las personas públicas a quienes, por el mero hecho de serlo, vamos camino de considerarlas carne de cañón del cotilleo nacional ya sin restricciones, trátese de príncipes o de folclóricas.


El atropello reiterado de las dignidades personales a cuenta de ciertas publicaciones y programas va camino de no dejar otra alternativa que la judicialización absoluta de nuestra vida pública. Pero lo que se respira en la España de hoy no es tanto una cuestión jurídica sino un problema social generado por la implosión nacional en un modelo de ocio ínfimo, donde se confunde la cultura de masas con la sordidez de lo vulgar, lo popular con lo grotesco, y lo premeditadamente insultante con lo desprejuiciado, lo liberal y hasta lo libertario.


Esta manipulación descarada constituye uno de los fenómenos más alarmantes de nuestra época, no tanto por lo que se respira, sino por la falacia en la que se inspira. Nada se puede hacer cuando parece que es la misma masa social de este país quien elige a sus directores espirituales en los estercoleros mediáticos. Son ellos quienes fomentan productos cuanto más execrables más defendibles al amparo de servir al gusto popular. Lo subcultural no es ya la excepción sino la regla que colorea el tono entre lobotomizado y fecal de ciertos programas de televisión, la chismografía prostibularia de las tertulias que ostentan más puntos de share, o la diarrea coloreada de publicaciones como El Jueves que, comparadas con lo que fueron La Codoniz o Hermano Lobo, haría de cualquiera de éstas prodigios del intelecto, la sutileza y la ironía, atribuidas a una raza de superhombres ya extinguida.


A fuerza de denigrar los niveles culturales nos hemos instalado en una sociedad que se abstiene siquiera de tener nivel. En pleno siglo XXI nuestra cultura de la calle está literalmente por los suelos. Espesa, zafia, chabacana, se conforma con cualquier cosa y se ríe con la risa del bobo de cualquier simpleza. Ciertamente, lo del Jueves, no es nada del otro jueves. No son los Príncipes los únicos ofendidos, ni siquiera la política del Gobierno Zapatero.


Es esta España lamentable, la que se mira en el espejo con la mirada autocomplaciente del lerdo rebozado en su vulgaridad, la que está herida de muerte y no lo sabe. O, lo que es peor, lo sabe y le da igual.


Aun con su propia casa en llamas, como aquella patética cantante calva de Ionesco, ella se sigue peinando.

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