2007/09/03

> Iritzia: Sergio Téllez-Pon > GAY, GUEI Y GAYS, ¿QUE ES LO CORRECTO?

  • Gay, guei y gays ¿qué es lo correcto?
  • La gran penetración de la cultura estadounidense en todas las restantes del orbe ha hecho creer a muchos que el término “gay” es un anglicismo referido a los homosexuales. Su utilización ha provocado una estandarización y esterilidad en su significado.
  • Anodis, 2007-09-03 # Sergio Téllez-Pon

En los últimos años el término “gay” se ha estandarizado en muchas sociedades para ya no llamar peyorativamente a los homosexuales. “Gay” está dentro de los términos de lo políticamente correcto que es tan propio de la vida moderna, por ejemplo, al implantar ese lenguaje a otros grupos vulnerables como los negros, los judíos, las mujeres y los indígenas. La hegemonía de la cultura estadounidense sobre muchas otras ha hecho creer, en este caso en específico, que la palabra gay es de origen anglosajón Así, para el común de la gente, “gay” describe un estilo de vida que ha creado, a su vez, una identidad estereotipada, un modelo al que se debe aspirar.


Sin embargo, gay es un concepto más amplio y de mayor antigüedad que el de simplemente homosexual. Este último es más bien una definición clínica y su utilización puede fecharse casi con precisión: desde 1869 cuando el médico alemán de origen húngaro, Kart Benker, lo inventó de la unión de los términos “homo” (igual, semejante) del griego y “sexus” del latín, hasta los años de la liberación sexual en el mundo a finales de los sesenta y principios de los setenta o en los primeros años de los ochenta, aproximadamente, con el surgimiento del sida. O, incluso, también podría fecharse su acta de defunción: el 17 de mayo de 1990, día en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) sacó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales. También, en otras épocas se adoptaron otros conceptos para nombrar a las personas que tienen sexo con otras personas de su mismo sexo –a los hombres en particular, por ser los más visibles–: “sodomita”, “somético” o “pederasta”.


La palabra “gay” como tal ha existido desde tiempos inmemoriales: tiene su raíz en el latín “gaudium” que significa “gozo” o “gozoso” (por ejemplo, desde tiempos de Wilde y hasta hace poco el adjetivo “gayly”, en inglés, mantenía esa correspondencia pues significada “alegre”, “festivo”). Hacia 1100, los occitanos, en la zona de sur de Francia (Tolosa es Toulusse en occitano), empezaron a usar, según el diccionario de Corominas, los vocablos “gai”, “jai”; más tarde los galorrománicos, en el norte, utilizaron el término “gayo”. Corominas supone que, dado que “gai” se empleaba en el sentido de gozo, probablemente se trate de una reducción de “gauy”. Gauy, se redujo a “gau” que es frecuente en el sentido de “gozo” y a partir del siglo XII se encuentra con el valor de “alegre”.


Esa voz occitana fue adoptada también por los provenzales (“gayoleiru”), quienes empezaron a utilizar la oración “gai saber” al estar originalmente asociada con el Consistòri del Gai Saber (1323) un libro de poesía trovadesca de los siglos XI y XII que recopilaron los occitanos y del cual seguramente Niestzche tuvo conocimiento para titular uno de sus libros como La gaya ciencia, es decir, que la poesía es la ciencia feliz, de gozo. Finalmente, pasó a la lengua gallego-portuguesa en las famosas Cantigas de amigo que, por ejemplo, Alfonso X El sabio llegó a escribir. Probablemente las raíces gai- y gau- sean indoeuropeas que de alguna forma se mantuvieron en el latín (“gaudium”) y que, a su vez, como puede verse, permaneció en el francés, catalán y gallego, e incluso en el inglés, pero se perdió en algún momento de la larga historia del español.


Después, con la liberación sexual de los años setenta del siglo XX el término “gay” (vocablo adoptado por el inglés, recuérdese) fue tomado para designar a una comunidad que exigía, con medios un tanto cuanto radicales, su derecho a pertenecer a la sociedad; sin embargo, como ya he dicho, ha devenido cierto estilo de vida: lo que algunos ya llamamos el “american gay of life”, es decir, se le ha atribuido casi exclusivamente a una actitud a lo que sencillamente era la definición de un comportamiento dinámico, alegre. De hecho, visto a la distancia, parece paradójico el movimiento gay haya alcanzado sus primeros objetivos al tener actualmente una entrada a esas instituciones de la sociedad a las que entonces combatió radicalmente. El cronista chileno Pedro Lemebel observa muy bien esto al hablar de las discotecas, recintos del máximo hedonismo: “Quizás, aunque la disco gay existe en Chile desde los setenta, y solamente en los ochenta se institucionaliza como escenario de la causa gay que produce el modelo Travolta sólo para hombres. Así, los templos homo-dance reúnen el gueto con más éxito que la militancia política, imponiendo estilos de vida y una filosofía del camuflaje viril que va uniformando, a través de la moda, la diversidad de las homosexualidades locales” (en Loco afán, Anagrama, 2000; el subrayado es mío).


De manera que “gay” bien podría ser una palabra de uso común en español (dado que viene del latín, así como el español es una lengua derivada de ella) sin necesidad de que la hayamos “tomado” del inglés, y tampoco habría por qué casteñanizarla —como lo hacen los españoles, principalmente— al escribir “guei”.


Todo lo anterior viene a colación porque me he encontrado con algún activista que suele usar y decir frecuente e impunemente *guei y con una revista, Homópolis, que altera los titulares de las notas que toma de anodis.com, al no mantener el plural de gay, y escribe, por ejemplo, “El miedo al sida entre los hombres gay” (Núm. 102, julio de 2007). Sobre esto último, recurro al Diccionario esencial de la Lengua española (Espasa Calpe, 2007), que contiene las modificaciones que habrá de tener la vigésima tercera edición del Diccionario de la Lengua española, y acepta el plural de gay, es decir, “gays”. Por lo tanto, es correcto decir y escribir: “El miedo al sida entre los hombres gays”. De lo contrario, es como si dijéramos y escribiéramos algo así como: “Los bar de la Zona rosa”, o “Los mejores restaurant de la Ciudad están en la Condesa”. Lo correcto es, claro, “bares” y “restaurantes”.


Por fortuna, ahora el término queer empieza a adquirir cierta relevancia en algunos círculos y a esa descripción, menos normativa, algunos ya nos apegamos.

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