2007/02/21

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  • Homosexualismo, lesbianismo y pederastia
  • El Diario [México], 2007-02-21 # Luis Ochoa Minjares

Es lugar común decir que destruir el matrimonio equivale a destruir la familia, y destruir la familia significa destruir nuestra vida social.


En consecuencia, defender e incrementar la unión matrimonial de acuerdo con nuestras normas legales, constituye un invaluable apoyo a la institución familiar y por consiguiente, a la consolidación de la estructura social, particularmente en estos tiempos en que la depravación del homosexualismo, el lesbianismo y la pederastia proliferan inexplicablemente sin que nadie, formalmente les ponga freno.


Tal vez por ello tenga tanta significación y haya calado hondo en la comunidad fronteriza el matrimonio colectivo de más de dos mil parejas, fruto de la política de fomento social del gobierno del Estado que mira, fundamentalmente, a preservar y defender nuestra estructura familiar de los embates de la descomposición social que priva en estos tiempos a lo largo y lo ancho del país.


En el acto de referencia, el director del Registro Público de Población, Carlos Amaya, con la representación del secretario de Gobernación entregó al mandatario chihuahuense un reconocimiento por la magnitud del evento, calificado como la boda masiva más grande de la República mexicana.


De algún modo, el gigantesco esfuerzo que los chihuahuenses a través de sus gobernantes realizan para preservar la institución de la familia, constituye un severo revés y una condenación expresa a esa corriente que pugna por legalizar la unión entre parejas del mismo sexo, con todas las consecuencias morales, biológicas, sociales y de salud.


Apenas es creíble que un partido político que se ostenta como de avanzada, no solamente cobije, sino promueva leyes para legalizar esas lacras que azotan a la humanidad, la degradan y destruyen, con el único propósito de cachar los votos de los ciudadanos y las ciudadanas que por diversas razones, sufren extravíos sexuales y practican todas las aberraciones que en materia sexual es capaz de concebir la mente humana.


Es evidente que los votos que puedan obtener de esos grupos, no repondrán nunca los que pierdan dentro del conglomerado social que es mucho más nutrido y está dispuesto a castigar en las urnas a quienes atenten en contra de su institución familiar.


Fomentar la unión entre seres humanos del mismo sexo, no parece ser una bandera política decente y adecuada para ningún partido político, y sí en cambio constituye un estigma muy difícil de borrar.


Corresponde a los medios de comunicación masiva alentar campañas educativas y de orientación para esclarecer este extraño fenómeno que ocupa la atención de no escasos sectores de nuestra población que carecen de los fundamentos y los conocimientos elementales para darse una explicación.


Es deber de la ciencia médica y de las autoridades encargadas de la salud pública, explicar las consecuencias sanitarias de la unión sexual entre personas del mismo sexo y dar a conocer todas y cada una de las enfermedades que de ello se derivan y son retransmitidas al resto de la población.


Los políticos y funcionarios públicos no pueden eludir su papel y responsabilidad frente a los problemas sociales que de las uniones “gay” se desprenden en perjuicio de la familia como núcleo central de una sociedad amenazada.


Nuestros legisladores, sin vulnerar los derechos humanos y las garantías individuales de quienes se debaten en ese mundo de la depravación y los extravíos sexuales, deben pensar primero en la comunidad y después en buscar soluciones a los problemas de la creciente y alebrestada familia “gay”.

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