2007/10/16

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  • El País, 2007-10-16 # Eduardo Verdú

Los mejores viajes se hacen dentro de los viajes. Mientras nos movemos en tren, en coche o en avión, durante esos ratos muertos sentados en un asiento o simplemente caminando por rutas conocidas, la mente emprende otros senderos. La mirada perdida a través de una ventanilla o posada en el horizonte de nuestra calle no observa en realidad el paisaje exterior, sino un cosmos privado.


Pocas cosas hay más relajantes que abandonarse al trayecto aprendido. Es quizá esa laxitud y la propia inercia del desplazamiento lo que empuja a la imaginación a huir a paisajes y a tiempos irreales. En cada vagón del metro, especialmente a primera y a última hora del día, se agita un puñado de cuerpos cuyas ensoñaciones han aflorado del subsuelo para volver al recuerdo de un beso, a las palabras de una discusión, al proyecto de unas vacaciones. El metro es, en realidad, un pasadizo para el inconsciente, es como el túnel secreto excavado por el preso poco a poco, de lunes a viernes, durante toda la vida.


Últimamente, el subconsciente, aburrido y huérfano de estímulos ante las pantallas mudas de los andenes, la publicidad de ING Direct y "Próxima estación, Alvarado", había podido bajarse en Pista Alegre, Banal, Crucero o Viciado. Paradas de un trazado virtual, de una red fantástica, de un circuito alternativo para la imaginación creado por Trompelemonde. Hace ya más de un año que este colectivo puso en marcha el proyecto Red Retro, consistente en cambiarle el nombre a más de cincuenta estaciones de metro añadiendo o suprimiendo letras de los carteles con pegatinas de vinilo que imitan perfectamente la tipografía y tamaño oficial.


Líos Rosas, Gran Día o Playa de Pastilla fueron durante unos instantes una estación imaginaria (como el andén 9 y ? de Harry Potter) para los viajeros que leyeron esos rótulos sobre el andén. "Se trata de crear confusión de manera muy sutil, de conseguir que el viajero perciba estos guiños gráficos y se divierta un poco y hasta, quizás... sueñe", propone el manifiesto de Red Retro (www.redretro.org).


Durante los últimos meses, este grupo había permanecido inactivo. Sus integrantes dejaron de convertir Diego de León en Ciego de Neón, Palos de la Frontera en Palos en la Frontera o Cuatro Caminos en Cuatro Cominos. Pero la semana pasada los viajeros de la línea 6 se bajaron entre estupefactos, indignados y encantados en Diego de Leo. Nadie está seguro de que se trate de una nueva acción de Trompelemonde, pero, desde luego, lleva su sello.


Los usuarios del metro están divididos. Una parte considera un acto vandálico que La Latina pase a ser La Cantina o Aluche, Peluche, pero muchos otros sintonizan con la propuesta onírica de Trompelemonde, han disfrutado apeándose imaginariamente en Nuevos Misterios o en Cruz del Payo, tomando el ticket invisible que les tiende Red Retro. "No es una actividad destructora, sino creadora", defienden sus artífices. Los adhesivos que sustituyen o anulan las letras "verdaderas" son fácilmente despegables, por lo que el daño que sufre el mobiliario suburbano es relativo y, en cualquier caso, efímero.


Las autoridades madrileñas no dejan de inaugurar túneles, pasajes, circunvalaciones, carriles bici. El Ayuntamiento procura licuar el tráfico, incita al uso del transporte público, a la actividad física, al paseo por las flamantes zonas verdes. "Madrid se mueve" aseguran diversos eslóganes. Pero lo que de verdad necesita el madrileño es botar la imaginación, encontrar estímulos, rutas, balizas que embarquen sus anhelos y sus aspiraciones. Quizá ya poca gente confíe en encarnar otras vidas más lujosas o fascinantes, pero nadie renuncia a disfrutar sus sueños. Metro de Madrid, devolviendo los letreros a su fatigosa verdad, vela por el mejor tránsito de nuestros cuerpos, pero obstaculiza el improvisado y súbito atajo de la ilusión.


Trompelemonde sigue proscrita, entre otras cosas, porque desconcierta a los turistas, que dudan de haber llegado a Goya cuando descienden en Poya o de estar en Rubén Darío cuando leen Recién Parío. Es comprensible su despiste e irritación, pero ellos ya viajan excitados por un entorno novedoso y enriquecedor. Un noruego extraviado por Príncipe de Verga, Tuerta de Toledo o Alfonso XXL quizá sea el precio que deba pagar Madrid para que sus habitantes, por unos instantes, también se sientan extranjeros de su rutina.

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