2007/05/13

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  • La verdadera historia de los adoradores de Taus
  • La lapidación de una joven yazidí por casarse con un musulmán saca a la luz a una religión sincrética y secretitsta de Irak de raíces preislámicas
  • El País, 2007-05-13 # Ángeles Espinosa · Teherán

Dios creó primero al ángel Taus a su imagen y semejanza, y le ordenó no arrodillarse ante ningún otro ser. A continuación creó a otros seis arcángeles y les ordenó que le trajeran un puñado de tierra. Modeló con él a Adán y, tras insuflarle vida, pidió a los arcángeles que se inclinaran ante él. Taus se negó. "¿Cómo puedo someterme a otro ser cuando soy tu reflejo y Adán está hecho de polvo?". La desobediencia que en las tradiciones judía, cristiana y musulmana convirtió en Satanás al ángel caído, le transforma en un enviado de Dios en la tierra para los yazidíes, una minoría religiosa muy poco conocida que estos días ha sido noticia por la lapidación de una de sus seguidoras en Irak.


"No es verdad que adoremos al diablo", me dijo Narmún, el único yazidí que he conocido, cuando en una ocasión acudí a su tienda de licores en Bagdad. El local ha sido atacado por los extremistas islámicos que desde el derrocamiento de Sadam Husein intentan prohibir la venta de alcohol, un negocio reservado a los no musulmanes (en su mayoría cristianos). Para Narmún, llovía sobre mojado. Como yazidí, llevaba años siendo víctima del perjuicio popular que considera a sus correligionarios adoradores del diablo por su veneración al ángel caído que otros credos llaman Lucifer o Satán.


"Son infundios de los musulmanes. El ángel Taus se arrepintió y sus lágrimas apagaron el fuego del infierno. Creemos que Taus es el representante de Dios en la tierra", añadió ante mi insistencia. No me contó mucho más, pero despertó mi curiosidad por esa religión sincrética y secretista de raíces preislámicas, ridiculizada y perseguida desde la dominación otomana.


Se estima que medio millón de personas siguen ese credo en todo el mundo. Más de la mitad de ellos viven en Irak, sobre todo en los alrededores de Mosul. Cerca de allí, en el valle de Lalish, se halla la tumba del jeque Abi, el místico del siglo XII a quien se atribuye haber revivido una fe que se remonta a tiempos de Adán. Aunque la zona queda fuera de la región autónoma kurda, los yazidíes están considerados étnica y culturalmente kurdos, y la mayoría habla kurmanji, el dialecto kurdo en el que se transmiten sus tradiciones religiosas orales. También hay comunidades menores en Armenia, Georgia, Irán, Rusia, Siria y Turquía.


Los musulmanes les consideran una escisión del islam que se produjo tras la caída de los omeyas, siguiendo a un nieto del califa Yazid, de donde vendría su nombre. Pero aunque rezan cinco veces al día, se descalzan al entrar en los templos y puede encontrarse una gran influencia sufí en su vocabulario religioso, la mayoría de su mitología es anterior al islam y los estudiosos han encontrado muchos puntos en común entre su cosmogonía y la de las antiguas religiones persas. Como los zoroastrianos, consideran el fuego una manifestación de la divinidad. Además se bautizan y creen en la trasmigración de las almas.


Pero lo que más se conoce de los yazidíes son algunas curiosas prohibiciones que gobiernan su vida, como comer lechuga o vestirse de azul, que les han convertido a menudo en objeto de mofa de sus vecinos. Más allá de lo anecdótico, el tabú de la exogamia constituye uno de los pilares del yazidismo. Los descendientes de Adán, como se consideran a sí mismos dejando de lado a Eva con una peculiar leyenda, no aceptan conversos. Yazidí sólo se puede nacer.


Por la misma razón, sus seguidores son estrictamente endogámicos hasta el punto de que los miembros de sus tres castas (murids, jeques y pirs) sólo se casan dentro de su grupo. Los clanes tampoco se mezclan, ni siquiera con otros kurdos. Para los más fundamentalistas, incluso resulta pernicioso tener demasiado contacto con no yazidíes.


Aún así, la lapidación de la joven Doaa Jalil Aswad, ocurrida hace un mes pero salida a la luz esta semana, resulta un caso extremo y, hasta ahora, desconocido. El mayor castigo que se reserva a los yazidíes es la expulsión de la comunidad. La lapidación es una pena que las interpretaciones más estrictas de la shariah (ley islámica) imponen en caso de adulterio. En Irak, el código penal no recoge semejante barbaridad y además, en el caso de Aswad fueron sus familiares quienes procedieron de forma tan salvaje, lo que parece respaldar la versión de que se trató de un mal llamado crimen de honor.


Los asesinos de la joven habrían lavado así la indignidad de que hubiera abandonado su fe para casarse con un musulmán, algo especialmente grave en un momento de creciente acoso islamista a las minorías religiosas en Irak. Dicha forma de proceder, depositando en la mujer (o más precisamente en su sexo) el honor familiar y castigándola cuándo éste resulta supuestamente mancillado, no está vinculada con ninguna religión en particular. Se trata de una costumbre tribal arraigada en muchas zonas de Oriente Próximo y que en los últimos años está saliendo a la luz con creciente frecuencia en diversos países de la región. Los yazidíes forman parte de ese entorno.

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