2007/01/18

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  • Turismo intolerable
  • El Diario Vasco, 2007-01-18 # Editorial

Los resultados del sondeo publicados ayer por Unicef España sobre el turismo sexual con menores reflejan cómo la gran mayoría de los entrevistados tienen la llamativa convicción de que esta execrable práctica se ha generalizado en los países en vías de desarrollo, hasta el punto de que uno de cada diez ciudadanos dice conocer a alguien que ha aprovechado sus desplazamientos al extranjero para pervertir ese bien preciado que es la infancia. El hecho de que exista esa extendida percepción no debe interpretarse únicamente como la constatación de la gravedad de la prostitución infantil y de la honda inquietud social que suscita su mera mención. Los datos, que se suman a los informes de Save the Children -que han cuantificado en más de 30.000 los españoles que recurren a este deleznable modelo de comercio sexual- deberían servir para azuzar conciencias y, con ello, incrementar las denuncias. Sólo así podrá combatirse eficazmente una lacra que sostiene un lucrativo negocio ilegal de 12.000 millones de euros al año y de la que son responsables tanto los proxenetas como los clientes, que se benefician del silencio o la comprensión mal entendida de sus conciudadanos.


El estudio de Unicef muestra un elevado grado de rechazo social hacia los abusos, pero también certifica que una nada desdeñable proporción de los mismos -el 22%- manifiesta una cierta tolerancia hacia los motivos que pueden conducir a un menor a prostituirse. Los más transigentes -que se reducen significativamente cuando la encuestada es una mujer- se amparan en razones de supervivencia económica o en las diferencias culturales que conllevan una mayor permisividad en determinados países hacia el sexo consumado con adolescentes. Una condescendencia que en absoluto resulta inocua porque acaba proporcionando un paraguas de protección a quienes violentan las relaciones de afectividad y causan daños muchas veces irreparables a aquellos que ven acentuada su indefensión por la pobreza, el desamparo familiar y la ausencia total de expectativas. Es probable que esas actitudes más laxas no sean ajenas al propio perfil del abusador, que no responde tanto al patrón del pederasta como al de un individuo sin aparentes conductas patológicas que, en ocasiones, hace uso de la prostitución infantil sin premeditación y de manera ocasional. La normalidad del delincuente siempre dificulta la persecución del delito, lo que obliga, sobre todo cuando la depravación ocasiona unos destrozos emocionales tan extremos, a perfeccionar la respuesta policial y judicial y a intensificar las campañas de sensibilización social. Aunque las iniciativas se promuevan tarde, como la reforma del Código Penal que prevé endurecer el castigo a los proxenetas y a los clientes o la incorporación de los primeros hoteles españoles a un código ético internacional contra el turismo sexual elaborado hace ya una década.

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