2007/06/24

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  • "Contra Ratzinger"
  • Benedicto XVI: los gays y la batalla del sexo
  • El endurecimiento de la posición de la Iglesia en torno a las libertades sexuales y las minorías. Las “perversiones” gays, según pasan los Pontífices. La doctrina social de la Iglesia, el amor y el sexo.
  • Perfil, 2007-06-24

La Iglesia
católica está librando, desde la figura de Benedicto XVI, una singular batalla contra el sexo y el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales en todo el mundo. Su discurso llevó al extremo la condena de la homosexualidad y el lugar simbólico que juega la sexualidad en la partida entre materialismo y religiosidad que, según el Papa, decidirá la suerte de Occidente.


El pensamiento de Joseph Ratzinger es político “y resulta eficaz porque se centra en un interés concreto: ofrecer un fundamento autorizado y aparentemente inmutable al terror creciente de ver el declive de un modelo de vida que durante siglos ha garantizado bienestar y superioridad”, según se explica en “Contra Ratzinger”, el polémico libro de autor anónimo que desnuda todos los secretos del actual líder de la Iglesia católica.


El tema de las diferencias sexuales siempre fue un dilema para la Iglesia y, por supuesto, su tratamiento fue modificándose con el paso del tiempo y las jerarquías eclesiásticas. En 1979, Karol Wojtyla (Juan Pablo II) afirmó en su primer viaje pastoral a Estados Unidos que “la actividad homosexual debe distinguirse de la tendencia homosexual porque es moralmente perversa”. Pero con Benedicto desapareció esta distinción: no sólo se condenó la actividad, sino también la naturaleza de la persona. Es decir, lo perverso no es ya el acto homosexual, sino el homosexual en sí.


El 31 de agosto de 2005, el Santo Padre aprobó una Instrucción acerca de los criterios de distinción vocacional respecto a las personas con tendencias homosexuales con vistas a su admisión en el seminario y en las órdenes sagradas, que fue publicada por la Congregación para la Educación Católica. En ella se distinguió entre el homosexual profundo y el transitorio, poniendo especial énfasis en aclarar que la Iglesia no podía admitir a quienes “practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente enraizadas o apoyan la llamada cultura gay”.


Desde la carta pastoral Homosexualitatis problema, de 1986, Ratzinger no hizo sino repetir el mismo concepto: “Es imposible aceptar la condición homosexual como si no fuese desordenada”.


Para el actual Sumo Pontífice, un hombre que ama a un hombre, una mujer que ama a una mujer, son condenados como un excedente de la divina (o natural) economía del universo y como un peligro para la sociedad. “Su pensamiento en este caso roza el darwinismo social y el mecanicismo más burdo”, se afirma en “Contra Ratzinger” (Debate).


Sexo. El amor es el tema central de Deus caritas est, la primera encíclica de Benedicto XVI. A través de la distinción filosófica entre dos tipos de amor, agape y eros, amor y sexo, el Papa no solo definió la concepción cristiana de la conducta sexual correcta, sino que corroboró su propia crítica al pensamiento moderno y reafirmó, en implícita oposición a la teología de la liberación, la doctrina social de
la Iglesia.


Al
basar su discurso en la oposición entre eros (el amor egoísta que pretende apoderarse del objeto de su deseo) y ágape (el amor que “busca, en cambio, el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, incluso lo busca”), hizo que todo el análisis girara en torno a la disciplina.


“No podemos dejarnos vencer por el instinto”, “El eros ebrio e indisciplinado no es ascensión, “éxtasis” hacia lo divino, sino caída y degradación del hombre, sería su razonamiento.


En el pensamiento de Ratzinger, el único camino posible para decir no a las comodidades y frivolidades que nos ofrece la modernidad es el adiestramiento del eros. “Esa forma de exaltación del cuerpo que contemplamos hoy día es engañosa. El eros degradado a puro sexo se convierte en mercancía, una simple cosa que se puede comprar y vender; es más, el propio hombre se convierte en mercancía”.


En su concepción es fundamental que el sexo se discipline, porque sólo así los hombres aceptarán de nuevo considerarse engranajes obedientes en el diseño de Dios. El acto sexual es el lugar simbólico donde se juega la partida entre materialismo y religiosidad que, según Ratzinger, decidirá la suerte de Occidente.

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